Archivo mensual: junio 2013

POLVO DE ESTRELLAS

Como iba diciendo el Patagonia tenía una conexión aceptable además muchos de los travellers que conocimos en Calafate se alojaban allí. Existe una especie de ruta en Sudamerica. Europeos y norteamericanos llegan a Ushuaia y, desde allí, comienzan a subir hasta Misiones, Perú, Bolivia, Colombia, Venezuela, etc, etc. De modo que es usual ir encontrándote a la misma gente todo el tiempo. En los colectivos, en los hipermercados, en las calles y baños de los hostels siempre ves una cara conocida y bueno, acabas relacionándote con gente de todo el mundo. En estas últimas semanas he conocido a mucha gente. Individuos hartos de su trabajo que no querían saber nada de ascensos o promociones, personas que priorizan conocer el planeta en el que viven, aprender de otras culturas y regiones e ir creciendo espiritualmente. No hay duda de que se está produciendo un cambio en las mentalidades de nuestra generación y de las generaciones futuras. La crisis, la inestabilidad laboral, la imposibilidad de tener un hijo o de tenerlo con garantías y saber que lo vas a poder criar como merece; la contaminación y el calentamiento global; los aires de guerra y la sensación de que en cualquier momento puede existir un tarado de que provoqué la Tercera Masacre Mundial. Todo ello ha provocado que surja un grupo de desencantados que se lanzan a las carreteras y pueblos de continentes desconocidos antes de que todo se vaya todo al “garete”. La historia se repite. En los años cuarenta, después de la Segunda Guerra Mundial, y en los cincuenta y, por supuesto en los sesenta, nacieron un grupo de hombres y mujeres que hartos de tanto apocalipsis se lanzaron a la conquista de la carreteras norteamericanas. La vida ya no era tener una familia, un trabajo estable, una casa con jardín y el perro que traiga el periódico. La vida se había convertido en algo más. La vida era beber y fumar “mota”, perderse por la ruta sesenta y seis y lanzarse a lo desconocido; la vida era dormir bajo las estrellas, mirar arco iris y montañas que hacía siglos que estaban allí La vida era sangrar por cada poro de tu piel, sangrar elixir divino, hacer ver que algo recorre tu cuerpo y moverse al ritmo del Jazz o del Rock & Roll. Así nacían los beatniks, los verdaderos hipsters (y no esa odiosa calaña que pueblan las ciudades occidentales) que hartos de la seguridad y la monotonía y esquizofrenia que ofrecía la sociedad square optaron por el Tao. Optaron por hacer de su vida un camino y lo materializaron recorriendo cada km de asfalto de su tierra. Ahora percibo algo similar. Quizás se haya perdido la mística de esos pioneros de la carretera, sin duda la música ha empeorado y no existen los Burroughs, Kerouacks, Ginsbergs o Kesseys de turno y, bueno, aceptemos que no es lo mismo viajar con dos dólares de la época, pullovers de lana y un paquete de tabaco en el bolsillo que ir calzado con Gore Tex, GPS en el celu y tarjeta de crédito “por si las moscas”. Digamos que el traveller se ha aburguesado, que ahora en vez de las carreteras de norteamerica son las del mundo y que en cualquier momento puedes estar en contacto con tus seres queridos. No todo el posmodernismo es malo. Pero las razones que impulsan a a este grupo son las mismas que llevaron a los verdaderos hipsters a echarse a la carretera. Como diría Ginsberg :

“He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura” de los mercados, almas puras que en busca de un poco de libertad se matan con altas dosis de cocaína y MDMA en salas poco iluminadas al ritmo de un tecno enfurecido; he visto al bombo ser el rey y a seres esqueléticos y ojerosos perdiéndose entre la muchedumbre en busca de otra dosis. “He visto a las mejores mentes de mi generación” aplastadas por la violencia de estados al servicio de unos pocos mientras parlamentarios y políticos ríen en sus asambleas con trajes de Armani al tiempo que “su pueblo” cae muerto de hambre o es arrojado de su casa por no pagar la plusvalía. “He visto como las mejores mentes de mi generación” caen en depresiones, he visto lágrimas después de telediarios, llantos y cabezazos contra la pared, peleas sin razón por las calles de nuestro planeta mientras las estrellas eran borradas del firmamento y los árboles eran poco más que adornos. “He visto las mejores mentes de mi generación” anhelando encontrar el verdadero amor humano, seres perdidos en un vorágine de sexo sin sentido, donde las notas del amor se pierden en un mero acto físico, casi deportivo, y donde los individuos siguen sintiéndose vacíos. He visto a la risa enlatada, he visto al punk como un producto, al hielo fundirse y a los océanos tornarse negros. Pero todavía hay esperanza.

Hay esperanza, todavía hay esperanza. Es algo que pude percibir en el Chaltén. Allí estábamos nosotros, un grupo heterogéneo de urbanitas. Urbanitas frotándose los ojos, urbanitas que no podían creer que todo este tiempo nos hubiéramos perdido tamaña creación. Theo y yo lo íbamos teniendo claro. En estos parajes Dios no puede morir. El nihilismo, la muerte de Dios y todo este tipo de pensamiento o filosofía nace en la ciudad. Aquí no hay cabida para el nihilismo, ni para aquellos que antes de empezar ya han sido derrotados. Aquí las gotas crean ríos, las hojas bosques y las piedras montañas. Cada pequeña partícula del entorno crea el todo y el Todo se funde con uno. Hay esperanza por que vi a un grupo heterogéneo de urbanitas frotándose los ojos ante la creación de la naturaleza, de los glaciares. Todavía hay esperanza. Aquí los pensamientos sólo van en una dirección, el Todo, el “¿cómo es posible?”. Las emociones surgen y nos devuelven al punto de partida, los pensamientos quedan en un segundo plano. Aquí no hay “tékne”. Sólo el arjé parece importar. Hay esperanza porque vi a un grupo de urbanitas darse cuenta que son parte del todo, cada uno de nosotros percibía que Cocacola, Nike y Apple nos han mentido. Lo siento, no somos meros compradores-productores. Somos seres humanos. ¡Seres humanos carajo! Nuestros ancestros son las estrellas, (¡somos polvo de estrellas!) por eso nos quedamos maravillados ante su presencia, somos hijos del viento y el agua, de la roca y el fuego, del cielo y la tierra. Soy una gota del glaciar y todos somos el río. Hay esperanza, si señor… Urbanitas que se llevan a la ciudad un pedazo de Patagonia en sus corazones. Esos individuos nunca volverán a ser los mismos, no lo creo. Dios volverá a poblar las ciudades y poco a poco, las estrellas y arco iris irán apareciendo y llegará el tiempo en que la luz brillará tanto que ni siquiera el cemento podrá con ella y la felicidad, las sonrisas y los llantos de nuevos niños cotizarán en bolsa y tu, y yo, sabremos que allí nació todo. Aquí, en la inmensidad, donde los urbanitas renacen y la humanidad todavía cree. Polvo de estrellas…


LAURA

Y en ese momento vi esa mirada en su rostro. La misma mirada que Laura me había dedicado tantas veces. Sus ojos desprendían decepción, incomprensión, ternura y determinación. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Yo no podía imaginar un mundo sin Laura. Marcus, ese pobre desgraciado, no era consciente de nada de lo que estaba ocurriendo a miles de km de New York. Ahora estaba todo claro. Marcus estaba sentenciado, esta no era una riña más. Había perdido el vuelo a Florencia y con él al amor de su vida. Todavía recuerdo cuando Edgar me explicaba como una de las mejores cualidades de su pareja era que soportaba vivir a su lado, que a pesar de todos los defectos que tenía, ella lo acompañaba siempre. Me encontraba viviendo el momento en el que un igual, un ser humano jovial y sin preocupaciones, un borrachín amistoso, estaba perdiendo el amor de su vida. Edgar lo sabía, por eso soportaba los ataques de cólera que tenía Marga. Marga lo aguantaba y eso era mucho aguantar. Pero parecía que Marcus no iba a tener tanta suerte. Y pensé en nosotros. Me di cuenta de que el nivel de intimidad al que había llegado con Laura no lo podría experimentar con ninguna otra mujer. Laura era mi chica, mi mujer, mi compañera. Nadie podría suplantarla. Estaba claro que podía conocer chicas más bellas, quizás más interesantes, más inteligentes, más locas y dicharacheras que Laura, pero seguirían sin ser ella. No serían la sonrisa de Laura, sus ojos, su modo de comer, de dormir; podría conocer otras mujeres, pero no serían Laura diciéndome que no fumara delante suyo, no serían Laura leyendo mis mensajes en el teléfono a escondidas. Habría otras mujeres, mujeres fieles, madres perfectas con sonrisas cautivadoras y prometedoras carreras profesionales, pero no tendrían los pies de Laura, no serían sus minúsculos dedos que odiaba que tocara, no mentirían como Laura, ni dirían la verdad de forma tan aterradora; habría más mujeres, decenas, quizás cientos de mujeres con apetecibles senos e ideas maravillosas revoloteando en su cabeza, con las que compartiría buenas charlas a la orilla del mar en una tarde de verano, pero no serían Laura depilándose en el lavabo con el agua recorriendo sus largas y dulces piernas, Laura mirando facturas y poniendo caras, Laura poniéndome celoso con otro hombre, Laura en camiseta cocinando después de hacer el amor, Laura pidiéndome que me lo comiera todo, Laura al abrir los ojos cada mañana, Laura al cerrarlos por la noche. La parte trasera de las rodillas de Laura, mi lengua en sus oídos y ella quejándose. ¡La voz de Laura! Habría cientos de voces, miles de voces que acariciarían mi cerebro. Voces que entonarían mis canciones favoritas, voces poderosas, dulces, intimas. ¿Pero qué era yo sin la voz de Laura? Laura sin mirar atrás cuando nos despedíamos, Laura entrando en el portal de su casa, abriendo la puerta. Laura desapareciendo..


FINALES «FELICES»

Estas lineas son escritas desde el fin del mundo. Un cristal me separa de uno de los lugares más maravillosos que el el planeta ha creado. Aquí, sentado, atardeciendo, los cielos dibujan una de las composiciones más grandiosas que ha creado el universo; las montañas acaban de ser nevadas; los ojos de los intrusos que estamos por “estos lares” no dejan de asombrarse y, sin embargo, mi interior, mi alma, aquello que me hace ser el que soy, se siente un poco desilusionado, maltratado, podría llegar a decir (y quizás no soy justo) desilusionado, traicionado y triste. No hay paisaje (y supongo que eso es lo triste, algo que nos pasa a todos los que amamos este deporte), ni cielo, ni maravillosa postal que pueda calmar el dolor que siento ahora mismo. El Barça acabA de ser arrollado por el Bayern. Siete a cero. Nada que decir, fueron mejores. Mucho mejores.

El consuelo que puedo encontrar es que me encuentro aquí… en el fin del mundo, donde las realidades humanas, las pequeñas tragedias que nos golpean cada día, parecen difuminarse en lo que rodea al sujeto. Supongo que no hay mejor lugar en el universo para ver tal drama. Desde pequeño, siempre que un equipo de esos que llevo en el corazón (que en mi caso se resumen al Barça y a mi querida, y tan irregular, selección argentina) pierde, pienso lo mismo, “el fútbol no es la vida” o “el fútbol no lo es todo”. Supongo que no hay mayor verdad que esa. El fútbol no es nuestra vida y, por suerte, es así. El fútbol, siendo realista, no representa más que una infinitésima parte de lo que es nuestra vida, de lo que nos hace felices, de lo que nos hace llorar. Caulquiera que haya amado alguna vez sabe de lo que hablo. Nos despertamos, nos vamos a dormir, comemos, sudamos, trabajamos duro, no por el fútbol, sino por nosotros; por nuestra alma, por nuestros sueños (que todos sabemos, por suerte, que son muchos, no quiero saber nada de esas épocas en las que, ni siquiera los sueños, nos hacen levantar de la cama-quizás sea una de las pocas partes de nuestrra vida en las que el fútbol nos ayude-), por todas las personas que queremos y las preguntas de las que ne3cesitaqmos saber las respuestas. El fútbol, por suerte, una vez más, no es nada de eso. Nuestra vida trasciende todso eso. No hemos venido al universo para ver fútbol, ni para sufrirlo. O, por lo menos, las vistas y paisasjes de los que disfruto es lo que me dicen. No puede ser de otra forma. Cualquiera que haya tenido la suerte de visitar estas tierras, sabe de lo que hablo. Somos grandes. Quizás no somos esa montaña nevada que se levanta imponente ante mi. No somo el río que se forma del glaciar, no somos la hierba que crecde infinita, ni el viento, ni el frío que golpea tu cara y te hace sentir vivo. Somos algo más pequeño, algo que todos sabemos que es más insignificante que todo eso. Pero somos y el mero hecho de existir ya debe hacernos sentir importantes. Que nadie lo dude. ¡Somos importantes! Aunque haya días en los que te mires al espejo y te sientas poco más que el sorete que es pisado por la suela de tu zapato y acaba en la vereda de cualquier ciudad delmundo. ¡Despojos! ¡No! No nos engañemos, no lo somos… ¡Polvo de estrellas! Y sólo necesitamos una chispa que nos haga brillar… nada más.

En el fin del mundo todo parece adquirir otro aspecto. Los problemas, tu día a día, aquello que en la ciudad te agobia, aquí parece ser relativo. Quizás sean los cielos que parecen golpear tu mirada, las nubes que te visitan furtivamente cuando menos lo esperas, las lagunas escondidads, con turba y montañas que las siguen y esos caballos y perros que se encuentran a cada paso. Todo remite a otra época. Épocas en las que no existía el fútbol, en las que veintikdos tipos detrás de una pelota era algo vanal, efimero, casi un chiste para esas fuerzas que comandan estas tierras. Vida y muerte, voluntad de poder que diría Schopenhauer. Fuerzas que apenas llegamos a comprender luchando por hacerse un hueco en el universo., Y allí, en esos espacios -en estos lares- el fútbol no es nada. Se acaba convirtiendo en aquello que es. ¡Fútbol! “Fútbol es fútbol”, eso lo sabemos todos. No es nada más que una parte infinitisimamente pequeña de nuestra vida, del uiniverso, de la tierra, de las fuerzas que pueblan nuestro hermosos y cada vez más delicado planeta. ¡Dios salve a la tierra! Pero es fútbol al fin y al cabo.

Recuerdo la primare vez que pensé que el fútbol sólo era fútbol. Nada más. Argentina acababa de perder uno a cero contra alemania en el mundila del noventa. Maradona lloraba y, sin explicación lógica, esas eran las mismas lágrimas que recorrían mis mejillas y, probablemente, la de muchos argentinos (todos sabemos como estaba el tobillo de Maradona…). No había explicación lógica a ese fenomeno. Lloraba porque había algo dentro mío, algo de lo que cada vez estoy más seguro participan esas fuerzas que componen nuestro universo, que me empujaban a sentirme triste y desconsolado. Mi madre me miraba tiernamente, decía que era un aprendizaje “no siempre se puede ganar”, y bueno, que decir, es algo que he ido aprendidendo a lo largo de mi vida con los innumerables fracasos que he tenido, con todas esas veces que no he podido aguantar la mirada de un ser querido. La segunda vez fue por culpa de mi adorado Barça. El AC Milan de Capello acababa de pasarnos por encima en la final de Atenas. Todavía recuerdo a Desailly,esa pantera negra que se comío a toda la delantera del Barça, subiendo la pelota con una potencia que no había visto hasta entonces. Cuatro a cero. El Dream Team, ese equipo que había maravillado los ojos de tantos amantes del fútbol a lo largo del planeta, había sido aplasatado por la voluntad de once tipos que querían más que a su propia vida la victoria. Romario, Stoichkov, Laudrup o Koeman, por nombrar a los más grandes de aquél glorioso equipo, no habían podido perforar ni siquiera una vez la porteria contraria. Mi padre, ante las lágrimas que recorrían otra vez mis mejillas, no sabía que decir. Podía ver que, ni siquiera él (ser todopoderoso donde los haya en esos tiempos), tenía una explicación a tremendo “baño”. Cuatro cero. Fin de ciclo, fin de una era, el cementwerio en el que el Dream Team fue enterrado. Atenas, cuna de la filosofía y la estética, suponía la derrota más dolorosa para un equipo que se acercaba más al arte o las matemáticas que al simple juego. Pero allí estaba la voluntad, la fuerza, lo que podríamos resumir en “las ganas” de un equipo que estaba dispuesto a hacer TODO por vencer. Y ese no era Barça…

Han pasado muchos años desde entonces. Yo ya soy un hombre de mas de cien kg, la mujer que más he amado en mi vida va a casarse con un tipo que la hace feliz pero al que ella es incapaz de querer, la crisis goplea a los hogares de millones de habitantes a lo largo del planeta, la naturaleza se encuentra acorralada por los mercados, las pantallas han invadido nuestro inconsciente y el afecto de las personas suele ser virtual (nada de apretones, de contacto y calor humano, de besos con saliba de la abuela o esa amiga de nuestra madre que tanto queríamos evitar), todo es diferente, nada es lo mismo. Pero yo sigo llorando cuando pierde mi equipo, Ni siquiera el fin del mundo, ni siquiera la belleza más pura que mi ser ha experimentado en su vida, los valles y glaciares, los alces, las llamas o la “fidelidad a primera vista”, como dice mi hermano, de las decenas de perros que pueblan estas tierras, puede calmar la tristeza que siento después de ver como el Bayern ha pasado por encima de mi amado Barça. Hoy vuelvo a repetirme aquello que me he dihco tantas veces, el fútbol no es la vida. La vida es algo más… El fútbol no rtepresenta una infinitésima parte de lo que signifa existir. Es circo, es un juego, veintidos tipos corriendo detrás de una esfera… Nada más. El fútbol no hará crecer la hierba que puebla esta inmensa y casi infinita tierra, el fútbol no hará que la luna brille más o que yo encuentre a mi alma gemela o que escriba mejor y sepa transmitir mejor lo que siento que, como todos sabemos, pues a todos nos pasa, es mucho. Somos complejos, somos humanos perdidos en universo que no terminamos de comprender y tenemos muchas preguntas y el fútbol, el simple correr detrás de una pelota, no va a solucionar nada de eso. Y sin embargo siento que, si por lo menos hoy el Barça hubiera tenido aquello que el mejor jugador de la historia y peor entrenador que recuerdo decía, su hubiera “TENIDO HUEVOS”, su hubiera caído con dignidad, dando patadas para que no nos maracaran más goles, para que la sangría no fuera mayor, yo estaría mejor. No recordaría esas épocas en las que, aún siendo pequeño, era consciente de que algo se había terminado. Hoy al barça, mi amado Barça, ese equipo que sólo representa un infinitésima parte de lo que siginfica existir para mi, ha sido barrido por el Bayern. Siete a cero en total. ¡Siete a cero! Fútbol es fútbol, y esa no es nuestra vida. Fútbol es fútbol y mañana seguiremos con nuestro día a día, nuestros problemas y alegrías, nuestrras sonrisas y lágrimas por aquello que verdaderamente importa pero eso no cambiará que haya visto el fin de una era, eso no cambiará que el barç

a te nga que vender a la mitad de su plantilla. Bayern 7, Barça 0 en el fin del mundo… ¡Os quiero!


PEINATE PARA ATRÁS

Frente al espejo a las ocho de la mañana, antes de comenzar otro día de colegio, mi padre me decía ,una vez más, que los hombres decididos, aquéllos que triunfaban en la vida y a los que los demás obedecían y admiraban, eran aquellos de frente ancha y, por supuesto, sin flequillo. Nada de lo que pudiera hacer a las ocho de la mañana podría estar bien mientras él viera ese “maldito flequillo de nena que te ha hecho tu madre”. Para atrás, la única forma de que todo estuviera bien a las ocho de la mañana de un día cualquiera de mi infancia, era que me peinara “ese maldito flequillo para atrás”. Yo no entendía porque no me lo cortaba. Lo maldecía con toda su alma, pero no lo cortaba. El hombre no lo cortaba. De modo que mis desayunos con él siempre versaban sobre el mismo tema. Como pueden imaginar, después de unos meses, mi única preocupación al despertarme era tener el flequillo en su sitio. No me pregunten por qué. En realidad no había motivo para que me preocupara tanto. El hombre, mi padre, estaba loco (quién no lo está a su modo- siempre me han dado miedo esas personas que se creen cuerdas-), tenía ataques de furia en los que era capaz de romper las puertas del apartamento, de los estantes de cocina, o de gritar sin razón aparente. Pero no era un hombre violento. Mi padre no era violento. Pero, con los meses, no podía dejar de pensar en el flequillo por las mañanas. No entendía por qué, pero parecía ser realmente importante para él. Algo así como si mi destino estuviera relacionado con mi “dichoso flequillo”. Fue así como comencé a soñar con ello. Me despertaba en medio de la noche gritando “para atrás, lo llevo para atrás” sin nadie que me escuchara e iba corriendo al lavabo y me miraba frente al espejo y comprendía que no lo tenía “para atrás”. Me di cuenta de que me era imposible dormir teniendo ese maldito flequillo. Nunca me ha gustado esa gente que se peina con gomina, me parece artificial, algo muy alejado de lo que supone ser humano pero el gel fue una buena solución a “todo el problema”. De modo que, antes de dormir, y para no seguir teniendo esas absurdas pesadillas que estaban acabando con mi sueño regular, me encerraba en el baño y me peinaba cual jugador de fútbol antes de un partido importante. Sabía que todo los focos estarían apuntándome por la mañana y yo tenía que ser la estrella que mi padre quería. La táctica funcionó durante algún tiempo. Cuando me despertaba, en medio de una pesadilla, corría al espejo y me veía con el “pelo para atrás”, me veía con futuro. Pero pronto el asunto de la gomina resultó ser menos fructífero de lo pensado pues me movía mucho por las noches y, al despertar, mis pelos eran un amasijo de nudos y gel mezclados con alguna que otra pluma que se escapaba de la almohada. No había manera. El gel no terminaba de ser la solución y volvieron los problemas. El flequillo estaba más largo y revoltoso que nunca y mi futuro parecía desvanecerse ante mis narices. La verdad es que ni siquiera comprendía que era eso de “tener un futuro”, pero parecía ser importante. Algo que no podía dejarse de lado. Y entonces fue cuando tomé la decisión. Después de meditarlo profundamente, o por lo menos todo lo que puede meditar un niño algo que no termina de entender, decidí cortarlo por lo sano. Nunca mejor dicho. Así que a la mañana siguiente mi padre me vino a despertar y “ese maldito flequillo” no estaba más y mi padre lloró. Mama nunca supo nada.

 


LA VIDA TIENE SUS REGLAS

Se paró y me miró fijamente, sus ojos atravesaron mi alma, su niñez había terminado. Recuerdo cómo le era imposible comprenderlo. Nos quedamos en silencio mientras su mirada demandaba algún tipo de explicación. “¿Entonces qué sentido tiene todo?”, parecía decir, nunca fue conformista, se negaba a creerlo, no, no podía ser pues las estrellas siempre están allí. Sus ojos se cerraron, se abrieron y nunca más fueron los mismos. Ella vivía en un mundo paralelo, en un mundo donde las emociones se dicen a la cara, donde se lucha por lo que uno quiere, un mundo donde todo anhelo tarde o temprano es satisfecho. Supongo que por eso no lo entendía, era la primera y la última vez que alguien le iba a descubrir el gran secreto. ¿Pero qué podía hacer yo? La vida tiene sus reglas…

 


CUÍDATE DE LOS SEÑALADOS POR DIOS

  • No se, en todo caso, allí estaba yo, sentado en el andén de la estación, esperando el tren. Ya sabes que los trenes no funcionan lo que se dice “a la perfección” y, como de costumbre, se estaba retrasando…

  • Si, es algo que suele pasar… Supongo que en algo debe notarse que no somos nórdicos…

  • Desde luego no somos nórdicos. Pero bueno, a lo que iba… Estaba esperando el maldito tren sabiendo lo que conllevaría el susodicho retraso. Hacía calor, mucho calor… Últimamente no es que me despierte muy temprano, por lo que serían algo así como las cuatro de la tarde. El andén no estaba ni muy lleno ni muy vacío, pero podría decirse que existía cierto revoloteo ¿Sabes?

  • Si, justo ese impas de tiempo en el que no hace mucho que ha pasado el anterior tren y el andén todavía no ha terminado de llenarse.

  • ¡Exacto! Ya sabes, la gente intenta llenar su tiempo haciendo cualquier cosa. Hay quien se compra un refresco, quien lee, ya sea una revista o un libro, y quien se pone a observar lo que sucede a su alrededor.

  • No hay nada peor que esperar…

  • ¿Quién no lo odia? La cuestión es que estoy allí sentado en el andén con ese calor sofocante de las cuatro de la tarde, esperando para coger el tren que me llevará a Barcelona, probablemente con retraso, y con una leve resaca que me provoca que todo lo vea como si fuera una especie de sueño. Ya sabes… La luz es distinta, los sonidos llegan como de lejos, las sensaciones que recorren tu piel no son tan nítidas… Y de repente lo vuelvo a ver. Allí estaba de nuevo, en el andén de enfrente, con su madre, esperando el tren en dirección a Vilanova con los restos de una lata de cerveza en la mano y esa pose de antiguo peladete que denota tanta inseguridad.

  • ¿A quién te refieres?

  • No se si lo conocerás. La verdad es que no era lo que se dice un chico popular…

  • Un tipo que iba a mi colegio… Y durante unos años fuimos vecinos. Él vivía unos cuantos portales más allá del mío…

  • ¿Y qué es lo que pasa con él?

  • No se, supongo que nada… Supongo que no es otra cosa que un ser desgraciado, como tantos otros en este universo. Pero verlo caminando con los restos de su cerveza por el andén (cuando le dio el último sorbo se fue a tirar la lata a una papelera que estaba a no menos de treinta metros de donde esperaba el tren con su madre), con esa chepa incipiente, esos andares de “aquí soy el que manda”, con sus gafas de aviador (probablemente falsas), a la vez que sacaba un cigarrillo, se lo encendía y seguía caminando hacia la basura cuando estaba claro que su tren iba a llegar en menos de lo que tardaría en fumarse ese pitillo, me hizo brotar de mi garganta una sincera y dulce carcajada… Pobre desgraciado…

  • Lo siento pero no entiendo…

  • Tranquilo no hay nada que entender… Bueno, quizás sí. No se… El hecho es que siempre, desde pequeño, había sido esa clase de niño que estaba predestinado a ser un perdedor. Era feo, bajito, casi deforme… Pero extrañamente no despertaba compasión alguna. Como decía mi abuela “cuidate de los señalados por Dios”¿Sabes?

  • Si, se a lo que te refieres. Yo nunca pude martirizar a esos niños que ya tenían bastante con su existencia. Yo era más de martirizar a la clase media. Con los matones no había nada que hacer y los desgraciados, mira, despertaban compasión, no era capaz de canearlos… Pero a los de mi misma condición…

  • ¡Exacto! Pero él no… Había algo especial en su actitud… Esa misma actitud que vi en su paseo por el andén, con sus andares vacilones, su contoneo de la chepa incipiente… Siempre ha arrastrado cierta resistencia a los designios que el universo a deparado para él.

  • Lo curioso es que, en cierto modo, eso debería ser digno de alabanza. La sociedad en la que vivimos y holywood… ¡Joder! ¿Cuantas películas de autosuperación habremos visto? Cosas del estilo de esa de Will Smith que es padre…

  • En busca de la felicidad…

  • ¡Si! O las típicas de un equipo de fútbol americano en las que comienzan siendo unos pringados que no pueden ganar un condenado partido para acabar ganando el campeonato…

  • Si… Como me gustan esas mierdas…

  • Si, bueno… Lo que quiero decir es que este sistema te bombardea con una cantidad ingente de impulsos que te empujan a mejorar, a tener más, a ser más, supongo que nadie ha venido a esta vida para perder, para ser un don nadie y pasarte la vida reponiendo alimentos en el supermercado o atendiendo a clientes en el mostrador de un banco o, incluso votando leyes que sabes que no van a mejorar una mierda la situación de los ciudadanos porque, al fin y al cabo, te importan una mierda y todos aquellos ideales que poseías cuando estudiabas politología en la universidad han sido devorados por el Leviatán y ya nada de eso te importa una mierda y al carajo con la gente que se indigna…

  • Te sigo… Pero que tiene que ver con este piltrafilla…

  • Supongo que al verlo allí con su lata de cerveza, su piti en la boca, sus andares, con su madre al lado aguantando un sol de justicia, esperando el tren. ¡El tren! sin ningún tipo de complejo, incluso vanagloriándose de su persona ante los que observábamos la estampa, me vino como una especie de sensación, mezclada con los recuerdos infantiles que tenía de él, de que este tipo había conseguido todo aquello a lo que había aspirado de pequeño.

  • ??????

  • Si…

  • ¿Te refieres, a ver si te sigo, a que este tipo no aspiraba a nada más que tener una actitud “chulilla” ante el mundo?

  • Más o menos… No se, es complicado. Recuerdo como, con quince años, solía fumar el petilla de buenas noches por la ventana de mi habitación. No se si te acuerdas donde vivía mi padre antes pero la ventana de mi cuarto daba a esa rotonda en la que había una cajero, ya sabes de que cajero te hablo…

  • Si…

  • Hubo un día en el que, en medio de los narcóticos pensamientos que recorrían mi cabeza, me sorprendí observando a un padre de familia ( no se si era realmente padre, pero tenia toda la pinta) bajar de un cuatro por cuatro, ir al cajero, sacar dinero y volver y marcharse en su flamante cuatro por cuatro… La acción no era nada especial, nada que pudiera ser interpretado como una revelación y, sin embargo, tuve una epifanía. Me di cuenta de que lo que yo quería en mi vida era eso.

  • No se por qué, pero en ese acto tan cotidiano vi resumido lo que yo esperaba conseguir de la vida.

  • Esa es una actitud muy, como diría, muy proto-macho…

  • Si, puede ser… Pero vi tanta belleza en ese acto, tanta seguridad en todo lo que le rodeaba; en su coche, en el sistema que le entregaba su dinero, en la salud de su cuerpo… Para mi ese hombre se convirtió en una especie de superman. Esta claro, no volaba ni tenía láser en lo ojos y, probablemente, no podía para un avión que cayera descontrolado por lo aires… Pero se convirtió en un modelo; todo lo que yo deseaba era, algún día, poder hacer lo mismo: bajar de mi coche, sacar dinero en el cajero y volver a subir al coche e ir a arropar a mis dos hijos y dormir al lado de mi mujer en un amplio dormitorio con tv por cable… Así quería que fuera mi vida…

  • Un cliché…

  • Si, puede ser… Ya ves que tampoco pedía demasiado, nunca he sido muy ambicioso, lo único que he querido siempre es estar tranquilo y disfrutar de este breve paso por la existencia…

  • Joder tío, eso es…

  • No se lo que es, quizás sea un poco egoísta, ¿no?

  • ¿Egoísta?

  • Si, bueno, se supone que, como buenos cristianos o hijos del pensamiento judeo-cristiano, deberíamos aspirar a mejorar el mundo, ya sabes, proteger al indefenso y toda esa mierda. Convertir la tierra en el reino de los cielos…

  • Si, supongo… ¿Pero a qué venía todo esto?

  • ¡A si! Ya lo recuerdo… ¿Sabes por qué te he contado toda esta historia de mi superman personal? Porque eso era lo que yo quería. Pero el otro día viendo al tipo del andén de la estación me dió la sensación de que todo lo que él quería ya lo había conseguido. Me dió la sensación de que lo único que había deseado desde pequeño era poder demostrar que él era un tipo duro, que era una de esas personas con las que, si te cruzas por la calle a solas, te cambias de acera. Ya sabes… un malo…

  • Pero un tipo así nunca podría convertirse en un malo. ¿Un malo con su madre a cuestas? ¿Dónde se ha visto eso?

  • Jajajaja… ¡Exacto! Es como si este personaje no se diera cuenta de que es imposible que algún día pudiera llegar a ser nada… Recuerdo que, si no me falla la memoria, tenía una hermana… La hermana poseía, sin duda alguna, el gen monstruito de la familia: a diferencia de su hermano ella era alta, con un largo cuello lo que acrecentaba la sensación de encontrarse ante un animal y no un ser humano (ahora que lo recuerdo la llamaban girafa, ya sabes como son los niños). También poseía unas patas largas, pero todo lo esbelto de su cuerpo chocaba frontalmente contra una cara que parecía sacada de otro cuerpo pues era rechoncha y chata; sin duda ese cuerpo y esa cara no habían sido creados para amarse. Todo esto le daba un aire de caricatura, de dibujo animado, de ser fantástico. No obstante parecía ser más aguda y astuta, algo que demostraba al no ser humillada socialmente en cada recreo.

  • Creo recordar vagamente a la chica… ¿No era a la que un día el hermano de Kike le enseñó la polla en el comedor y pegó tal grito que los niños de primero comenzaron a correr dirección al patio porque creían que era el fin del mundo?

  • Jajajaja… ¡Si! “¡el fin del mundo, el fin del mundo!” gritaban… Y no me extraña que pegara semejante grito, seguramente el ver ante sí ese miembro marronoso oscuro, todo arrugado y flácido, que pedía a gritos compasión femenina, le trajo a la memoria las imágenes de vejaciones y sometimiento que había visto durante años en las revistas y videos de su tío.

  • ¿Cómo?

  • Si… Recuerdo que vivían con su tío. La familia constaba de la madre, el hermano de esta, y los dos hijos de la señora. Nunca se supo del padre o, por lo menos, yo nunca lo vi. El tío era un hombre del que no recuerdo su oficio. Lo único que hacía a lo que se le pudiera llamar trabajo era recoger las pelotas de fútbol que los jugadores chutaban fuera del terreno de juego en los días de partido, pero nada a lo que se le pudiera llamar un trabajo serio…

  • Dudo que le pagaran por eso, por lo que ni siquiera se le puede llamar trabajo.

  • Lo único cierto es que siempre iba lata de cerveza en mano, acompañado de un pitillo y un aire de perdedor no disimulado. Allí lo veía yo, fuera del campo, esperando cazar la pelota perdida que, en muchas ocasiones, era robada por cualquiera de nosotros que corríamos desesperados ante sus impotentes gritos… Pobre desgraciado…

  • El tío, como iba diciendo, era un onanista empedernido. Recuerdo que mi vecino apareció una vez con una de esas revistas de su tío. Él nos mostraba, orgulloso de ser el centro de atención, su pequeño tesoro mientras nosotros descubríamos ese mundo mágico del cual no nos despegaríamos durante unos años. En la revista creo recordar que aparecían unas voluptuosas negras llenas de semen por todo el cuerpo. Recuerdo que eran negras porque la piel contrastaba antagónicamente con el esperma, un esperma de color blanco nuclear, y sus caras parecían reflejar cierto tipo placer, algo que ninguno de nosotros terminaba de entender… Negras desnudas postradas en el suelo, sus extrañas y lujuriosas caras, aquella materia viscosa y blanquecina que bañaba sus cuerpos… Existía un rumor, extendido por uno de los chicos que tenía un hermano mayor, que decía que si te frotabas el pito durante un rato después aparecía una mucosa blanca por donde meabas, pero nadie terminó de creérselo hasta que vimos esa revista. Esa fue la constatación de que le mundo adulto era más asqueroso y enfermizo de lo que hubiéramos imaginado nunca.

  • Jajajajaja… la pérdida de la inocencia. Ese chico te dio la perdida de la inocencia, sin duda le debes más de lo que crees…

  • Seguramente, más de lo que él me debe a mi…

  • La cuestión es que su hermana seguramente había visto durante años esas revistas y videos. Cientos de imágenes de tetas y culos, de corridas e imponentes falos, primeros planos de tortura anal, de clítoris y escrotos, de cosas que probablemente nunca llegara a entender del todo… Hasta que el hermano mayor de Kike le enseñó su miembro. La verdad, no sé si esa fue la primera vez que vio un pito en vivo…

  • No creo, quién no ha visto de pequeño a sus padres desnudos alguna vez… Yo por lo menos siempre vi a mi padre y a mi madre desnudos por casa.

  • Me refiero, no a que fueran siempre en pelotas, si no a que cuando se cambiaban o salían de la ducha iban desnudos y nadie hacia un mundo de ello.

  • Si, puede ser… Pero eso es diferente. Eso, digámoslo así, son pitos y tetas y vaginas “amigos”, “familiares”, que sabes, aunque seas pequeño y no acabes de entender nada de eso, que no pueden hacerte daño, que no comportan una amenaza. En aquél caso, la hermana del tipo se encontraba ante un falo que amenazaba con penetrarla y, sin duda, todas las pornográficas imágenes de la biblioteca onanista del tío le asaltaron la mente haciendo que saliera ese grito desgarrador que produjo la estampida infantil del “fin de los tiempos”…

  • jajajajaja…

  • jajajajaja… Pobres desgraciados… Quizás la vida con su tío la llevó a tener claro que, tarde o temprano, tenía que huir de esa familia. Hay quien escapa para no afrontar las cosas y hay quien huye por supervivencia. A mi parecer esta chica se encontraba en el segundo grupo. O se alejaba de su familia, o siempre se vería perseguida por la alargada sombra de los suyos. Cómo me decían “cuidate de los señalados por Dios”…

  • Ya… Creo que voy pillando lo que quieres decir, pero eso no nos deja en muy buen lugar a ninguno de los dos. ¿No crees?

  • Jajajaja… Si, la verdad es que no, pero bueno, ya sabes, uno existe de la mejor manera que puede: unos se revelan contra el destino, otros lo aceptan y supongo que la gran mayoría sólo espera morir sufriendo lo menos posible.

  • Bueno, ¿a quién le toca?


RUTA 40

Me encuentro ante la pantalla del portátil dispuesto a relatar la pequeña aventura que ayer sufrimos con mi hermano. Como muchos de ustedes sabrán estamos haciendo un pequeño viaje por el sur de Argentina. El objetivo de este viaje no es otra cosa que descubrir el país que, de una u otra manera, nos ha hecho llegar al mundo. Podríamos decir que no es un viaje más, no es un fin de semana en Praga, un paseo por París o una visita al amigo que, harto de la situación del país, decide ir a probar mejor suerte en… ¿por ejemplo Londres? No, no se trata de ese tipo de viaje. Desde el principio, aunque ninguno de los dos lo comentara, intuíamos que sería un viaje especial, un viaje al interior de nuestro espíritu, un viaje en el que nos deberíamos enfrentar a miedos todavía desconocidos , un viaje del que saldríamos reforzados y que nos haría creer más en nosotros… Quizás este exagerando pero la cara del conductor cuando nos recogió en mitad de la nada en la Patagonia no exageraba. Su cara expresaba asombro, incredulidad, me atrevería a decir que pánico pues nosotros ya no éramos dos seres humanos, dos boludos en medio de la Patagonia a las nueve de la noche con un frío glaciar y los pumas acechando, nosotros éramos la insensatez personificada y, cual Gandalf el Gris antes de enfrentarse a Balrog, dijo “corred insensatos” y nos metimos en el interior del colectivo a resguardo de la Patagonia y de nosotros mismos. La civilización nos esperaba…

El día había comenzado bien. Nos habíamos despertado en Calafate en el Hostel America del Sur. La noche había sido plácida, habíamos dormido cómodamente al lado de una pareja de extraños. Es raro compartir ese tipo de intimidad con alguien que no conoces de nada y sin embargo estas tranquilo y sientes cierto regocijo. Cada uno va por su lado, cada uno tiene su viaje y su experiencias pero, sin embargo, allí estás, durmiendo al lado de un total desconocido y todo está bien, todo es cordial, como si fuéramos familia, familia de viaje. La cosa es que dormimos bien a excepción de algún que otro ronquido- mi hermano dice que era yo, yo no termino de creerlo- y algún que otro pedo furtivo. Todo bien. Familia de viaje. Después de desayunar nos echamos a la carretera cargados con nuestras pesadas mochilas y con la ilusión de descubrir a pie la extensa Patagonia. Buenas vibras recorrían nuestro cuerpo.

Nacemos juntos y uno muere primero

Salir de calafate ya fue todo un logro. En estas latitudes de Argentina es corriente que haya un puesto de Gendarmeria en cada una de las salidas de las ciudades o pueblos que existen. Algo que, sin duda, haría falta en otras partes del país (todos sabemos por qué). Así que, después de caminar unos tres o cuatro km desde el centro de Calafate, nos topamos con el puesto de la Gendarmeria. Tanto yo como Theo, mi hermano, caminábamos tranquilamente dirección a los gerndarmes. Ninguno de los esperaba que sucediera nada. Éramos dos argentinos descubriendo el sur, nada más. ¿qué problema podía haber? La cuestión es que cuando llegamos a la altura de las barreras se nos acerca un gendarme y nos pide la documentación al mismo tiempo que nos invita a acompañarlo al interior de la caseta. Raro. Los dos no sabíamos a que mierda se debía tal comportamiento pero lo acompañamos sin problema alguno. Chequeo rutinario -pensé- quizás buscan a alguien con nuestra descripción, aunque no imagino ningún chorro con semejantes mochilas intentando escapar de los gendarmes, etc, etc. Mi cabeza intentaba buscar una explicación lógica. La cara del policía no mejoró al oír hablar a mi hermano. Un tipo con ese acento no puede ser argentino -parecía pensar-, pero el DNI decía lo contrario. Theo Insua, nacido en Barcelona, Argentino. Tan Argentino como el dulce de leche o las puteadas de una frase entera. ¡Argentino! Al instante aparecen dos gendarmes más. Estos más jóvenes que el primero y comienzan a explicarnos que van a tener que revisar nuestras maletas. Comienza la inspección. Van abriendo bolsillo a bolsillo lentamente. Yo, relajado, se que es inevitable. Si tienen que encontrar algo lo encontrarán. Pero primero encuentran el dinero que lleva mi hermano en uno de sus bolsillos interiores. Parecen fascinados. Cuentan la plata una y otra vez, preguntan cuanto cash llevamos encima a lo que yo respondo que no es de su incumbencia, que por qué necesitan saber cuanto dinero llevamos. La cara de Theo es un poema. Los dos pensamos lo mismo “estos hijos de mil putas nos van a afanar en las narices” y vemos como cada billete es depositado en la mesa, uno a uno, junto a nuestras pertenencias. Todo parece muy aséptico, continuamente nos dicen “pueden observar que no estamos haciendo nada malo”, lo cual nos hace sospechar todavía más. “Si, nos van a cagar, y los tipos se jactan de ello”, pero hay algo que cambia el rumbo de los acontecimientos. De mi mochila sacan un paquete de tabaco. Al principio lo dejan a un lado, yo creo que quizás tengamos suerte, que quizás la virgencita que puso nuestra abuela en uno de los bolsillos de la maleta sin que nadie supiera, nos ayudaría una vez más. Pero de repente agarran de nuevo el paquete de tabaco y se ponen a buscar en su interior. Y si, encuentran algo.

Los que me conozcan sabrán mejor que nadie que hace ya tiempo que no fumo marihuana. Me sienta mal. Aquellos que me han tenido que sufrir saben de lo que hablo. Antes fumaba. Ahora ya no. Pero de vez en cuando me arriesgo y me adentro en los misteriosos mundos que esta planta lleva a mi cabeza, la mayor parte de las veces termina en una lucha interior que percibo como si fuera entre la vida y la muerte. Fuerzas muy oscuras y a la vez luminosas me visitan y, debo decir, son pequeños aprendizajes. Esas situaciones no son del todo malas, aunque lo mejor es evitarlas. De hecho, justo el día anterior decidimos fumar un poco de esa flor que nos habían regalado en Ushuaia. Sin duda aquella era una flor poderosa. Nos estuvimos riendo un buen rato, todo era cómico, ya casi ni recordaba esa clase de planta que te hace sonreír, que, por mucho que lo intentes, no puedes dejar de hacer esa mueca. Estás feliz, alegre, y las carcajadas entre mi hermano y yo fueron muchas y muy prolongadas. Pero también llegó esa parte oscura, incontrolable, por momentos terrorífica. Las fuerzas que componen el universo parecen reunirse en tu ser. Creación y destrucción, vida y muerte, amor y odio (aunque de esto último no estoy muy seguro), se encontraban dentro mío y parecían jugar al escondite o al “pilla-pilla” entre ellas y de repente allí se encontraba LA RESPUESTA. Sin saber cómo y, lo siento pero describir la cadena de pensamientos que me llevó a tal conclusión sería un ejercicio de futilidad, pero allí estaba… Le dije a mi hermano que me marchaba a la calle, que en ese momento no podía estar rodeado de personas en otro estado, a parte “creo que el frío me va hacer bien Theo” a lo que mi hermano, asustado, con una cara de verdadera preocupación, con esa cara (si, esa cara que sólo aparece en estos estados), me dijo “pero Genaro no te vayas lejos eh!”. Theo comprendía todo lo que podía llegar a pasar, pero yo no iba a ninguna parte. Estaría allí, sentado en la barrera de madera, a escasos quince metros de la entrada, entre perros y estrellas, recorriendo paraje nunca antes vistos. Y fue allí, afuera, fumando un cigarrillo y viajando a otros universos cuando apareció en mi mente la respuesta. ¿por qué tenemos tanto miedo? ¿que sentido tiene tener tanto miedo a la existencia? La respuesta era que Dios nos ha dado la oportunidad de existir. Nos quiere o por lo menos, no nos odia. ¡Nos da la oportunidad de existir! ¿Qué hay más grande que eso? ¡Nada! Todo lo demás da igual, nuestro viaje es el que es y tiene un tiempo limitado pero se nos da LA OPORTUNIDAD. Y me es imposible imaginar que un ser que otorga tal regalo pueda hacernos daño. Todo lo que existe en la vida no es más que parte de un regalo. ¡Todo! Todo es regalo incluso aquello que más detestamos. Si, eso también es regalo. Se como suena, pero en ese momento no había mayor verdad. Después salió mi hermano y le conté MI VERDAD y él, como muchas otras veces, rompió mis esquemas. No entendía por qué se debía tener miedo, no entendía por qué se debía sufrir y lo dijo como si todo lo que yo había pensado ya hubiera sido asimilado por su mente. Allí terminó la noche. Él se fue a dormir y yo me quedé batallando a la luz de las estrellas.

La marihuana que encontraron no era gran cosa. Una simple flor o “cogollo”, como dicen donde crecí, y un cigarrillo ya liado que contenía un décima parte de maria, todo lo demás era tabaco, pero ellos lo separaron de todas formas. La cara de los dos gendarmes cambió totalmente. Comenzaron a hacer múltiples preguntas: a dónde íbamos; que donde lo habíamos conseguido; que cuanto habíamos pagado; que si teníamos algo más que era mejor que se lo dijéramos porque sino iban a comenzar los verdaderos problemas. A lo que, nosotros, dentro de nuestro nerviosismo, actuamos con bastante calma diciendo la verdad; que nos lo habían regalado, que no fumábamos habitaualmente y que por mucho que buscaran no iban a encontrar nada más pues éramos “buenos chicos”. A pesar de nuestras advertencias estos registraron todas la mochilas a fondo. Era la primera vez que me hacían un registro de esta clase y la verdad es que los tipos se esmeraban en encontrar algo más, (¡si todo en argentina se hiciera igual seríamos una potencia mundial!). Parecían no poder creer que sólo tuviéramos esa flor. Una y otra vez habrían y rebuscaban por cada uno de los recovecos de las mochilas. Pero estábamos tranquilos, no iban a encontrar nada más. Theo y yo lo sabíamos, bueno, yo lo sabía, mi hermano creo que no estaba tan tranquilo y ciertas ideas recorrían su cabeza. Pero nada iba a ser así. Eso era lo único. Lo realmente importante era la “pasta”, la “plata” el maldito dinero que uno de los gendarmes no paraba de contar una y otra vez y al cual le brillaban los ojos. Destellos de codicia podían observarse en su rostro a la vez que decía “mierda, esta gente lleva más plata de lo que gano en un mes” y una risa burlona, casi maléfica lo acompañaba. El otro tipo estaba centrado en mi mochila (la mochila en la que había sido descubierta la droga). Sacaba ropa, libros, libretas, ropa sucia… Y de repente sacó la virgencita que había guardado mi abuela. El tipo la miró, dijo algo así como un “mierda, ¡la virgen!” e inmediatamente se santiguó. Os parecerá una tontería, pero estoy comenzando a creer en el poder de estos iconos. por lo menos parece que en la gente tienen poder. El tipo no volvió a actuar del mismo modo. Nos miraba con más bondad y respeto y, al contarle que mi abuela era la que la había escondido, pareció comenzar a ponerse de nuestra parte. Las amenazas fueron decayendo, el nerviosismo general de todos los gendarmes que iban entrando y saliendo de la sala, mirando “la plata” e inspeccionando la flor, fue decayendo y fue entonces cuando entro en escena el oficial. ¡El oficial era un chaval de veinticinco años! Un chico que parecía estar jugando a indios y vaqueros. Yo no podía dejar de reírme hacia mis adentros. Pero la cosa era seria y, aunque se me escapaba una leve sonrisa cuando hablaba con él, me comporté e incluso llegó a caerme bien. A pesar de que nos intentaba meter miedo diciendo que lo mejor que podíamos hacer era decir donde estaba la “mierda” que si la encontraban ellos sin que nosotros se lo dijéramos nos iban a encerrar en un calabozo hasta el lunes (era viernes) y, que como no tenía mucha nafta, a lo mejor no nos llevaba hasta Río Gallegos hasta el martes por lo que nos tendríamos que “cagar de frío” durante cuatro días pues la celda no tenía calefacción, etc, etc, etc, era un buen tipo. Sus amenazas no surtían efecto. El oficial poco a poco iba comprendiendo que éramos “buenos chicos”. Que todo eso había sido una casualidad, que normalmente no fumábamos, que, “¡por dios! las drogas son malas y te hacen ser parte de las hordas que conforman el ejército de Lucifer”. Y poco a poco fue aceptando que no iba a sacar nada de todo eso. Que sólo había esa flor, nada más. Fue entonces cuando de un modo ya más distendido, le pregunta a Theo el por qué de su DNI argentino, a lo que mi hermano, mi querido hermano, no se le ocurre otra cosa que decir que nuestros padres tuvieron que “huir del país por la dictadura y todo eso”. Yo no terminaba de creer lo que salía de la boca de Theo, pero que le podía hacer, ya lo había soltado. Un silencio recorrió la sala, fueron solo unos instantes, pero todos estuvimos pensando lo mismo. A mi mente llegaron fotos y más fotos de desaparecidos y de familiares que fueron torturados. Pero Theo no sabía nada. Un momento, un silencio, que lo expresaba todo. Gendarmes callando ante lo inexplicable, gendarmes callando ante la barbarie humana, gendarmes aceptando su error, gendarmes, gendarmes, gendarmes mirando al suelo…

Después de otros diez minutos de buscar y rebuscar se dieron por vencidos. El arreglo sería que nos decomisarían la maria y que, puesto que no llegaba a los tres gramos (explicar como pesaron en la balanza la dichosa sustancia daría para una novela, sólo decir que el cigarrillo que, en su mayor parte era tabaco, lo pesaron entero), nos dejarían seguir con nuestro viaje al Chaltén. Pero antes un buen consejo “ya saben que la droga es mala, primero comienzas fumando uno, después otro, ahora pruebo esto, quizás más adelante pruebo otra cosa… ya saben, se comienza por esto y… había un amigo que decía (el oficial se miraba la entrepierna) nacemos juntos y uno muere primero y ¿qué sentido tiene vivir sin eso?” Gracias oficial, buenos días y hasta nunca…

La virgen de Lujan

El puesto de los gendarmes ya quedaba atrás pero fue inevitable comentar la suerte que habíamos tenido, nuestras sensaciones mientras ocurría todo el “episodio”  “cagadas” que podía llegar a realizar el otro. Pero bueno, al final no pasó nada. Nos dejaron continuar con nuestro viaje deseándonos buena suerte y no volver a vernos jamás. La ruta once estaba frente a nosotros y nos faltaban unos treinta km para poder llegar a la ruta cuarenta. La que tenía que ser nuestra ruta, aquella que nos llevara al Chaltén (un pueblo que no sobrepasa los trescientos habitantes, un pueblo nuevo, creado hace no más de veinte años para evitar que Chile reclame ese territorio como propio) y, desde allí, seguir subiendo hacia el norte argentino. Así que estábamos ya en camino, fuera de Calafate y libres, que supongo era lo más importante. Por todo ello estábamos de buen ánimo. Hacer dedo hasta el Chaltén parecía una maravillosa idea. El día era inmejorable, apenas hacía frío, el sol bañaba nuestras caras y los paisajes -quizás sea un poco pesado con esto, pero si alguna vez tienen la suerte de poder verlos me comprenderán- iban asombrándonos constantemente, a nosotros no nos gustaba conducir, sino andar y disfrutar de cada paso y vaya si lo hicimos.

Después de unos, hay divergencias en tema de kilometraje, siete o diez km andados intentando que algún ciudadano de Calafate (Santa Cruz) nos acercara a la ruta cuarenta o, si podía ser, al mismo Chaltén me di cuenta de que no llevaba la indumentaria adecuada. Mi ropa interior estaba comenzando a causar estragos en mis nalgas y muslos. Cada paso se estaba convirtiendo en un pequeño tormento para mi piel. Aquí, en Argentina existe una expresión que yo heredé desde pequeño y que en España no parece tener traducción o por lo menos pierde el dramatismo que le imprime la expresión argentina. Es decir, el culo y los muslos se me estaban “paspando”, irritando, volviéndose de un color que no pertenece a mi cuerpo y que presagiaba dolores no muy recomendables para un tipo que pretende ir a dedo hasta el Chaltén a unos doscientos km de donde nos encontrábamos. De modo que me paré y saqué de la balija, que tan amablemente habían desordenado los gendarmes, unas mallas y me las puse. Theo no entendía tanto dramatismo y lo comprendo pues él es delgado, apenas come lácteos y la carne hace años que no la toca. Nada que ver conmigo. Desde que he llegado a mi querida Argentina debo haber aumentado unos diez kg. Por lo tanto ya se me podría considerar un gordo, gordito (si quieren ser cariñosos) o, como decía Cartman “fuertecito”. Si, ya no soy más un ser humano. Creo que me parezco más a un miura o quizás a un gorila que al llamado “ser racional”. Sin duda he mutado, ya poco queda de aquél Genaro que tenía cierto éxito entre las mujeres. El dulce de leche, los asados, la pasta y el innumerable e inabarcable número de comidas y comiditas ricas que hay en argentina es un reto para cualquiera que no haya vivido aquí. Aquí no existe la anorexia, no creo que siquiera puedan deletrearla. No señor, aquí se come, se come a todas horas y no hay mejor manera de mostrar gratitud que darte algo de comer. Además el mate no ayuda. Tienen que tener en cuenta que aquí se toma mate a todas horas y, lo normal, es acompañarlo con algún tipo de masita, galletita o factura por lo que el nivel de gente “fuertecita” en Argentina es sensiblemente mayor que en otras partes del mundo. Comida no falta. De todo lo otro no hay duda que hay muchas carencias pero para morir de hambre en estas tierras hay que tomárselo en serio.

Ya con las mallas puestas y disfrutando del confort de la licra resbalando en todas aquellas partes, seguimos caminando a buen paso. Alegres, joviales, “on the road” con un objetivo en mente: El Chaltén (otro de los lugares mas bellos del planeta). Después de unos cuarenta o cincuenta minutos andando paró un auto. Era una furgoneta de esas que no tiene parte trasera, el típico vehículo que tiene un currante en esta parte de argentina. Buenas sensaciones. En la primera hora de ruta ya nos toma alguien. ¿qué más se podía pedir? El tipo era un salteño de no más de treinta años. Un buen hombre, un currante que se había venido del norte a hacer plata y, como nos contaba, cada tanto se iba a Salta desde Calafate conduciendo su furgoneta. Una locura. Son mas de cinco mil km lo que separa Salta de Santa Cruz o, lo que es lo mismo, ir de La Coruña a Moscú conduciendo solo… Un valiente sin lugar a dudas. El trayecto no duró más de diez minutos. Durante el trayecto hablamos de la flor a y la fauna del lugar, de los guanacos (una especie de llama) y de los pumas y de como estos últimos no solían acercarse a la carretera, pero que, como él decía, sin duda los pumas se alimentaban de los guanacos, aunque no creía que la carne de guanaco fuera muy rica. Pasados los diez minutos de trayecto nos dejó en la entrada de la ruta cuarenta y nos deseó la mejor de las suertes. La ruta cuarenta es como una especie de ruta sesenta y seis estadounidense. Empieza en Río Gallegos y termina en Bolivia. Cinco mil trescientos km de ruta, más de la mitad de sudamérica… Y nosotros en sus inicios con una botella de litro y medio de agua, un bocadillo de manteca y dulce de leche y dos paquetes de galletas. Nada más. Sin tienda de campaña, sin un mechero ni nada con que defendernos de posibles agresiones (tanto humanas como animales). Pero estábamos contentos. En cada uno de los carteles que nos encontrábamos -que no eran muchos- nos hacíamos una foto, por aquello de ver cuanto íbamos avanzando y todo eso.

La ruta principalmente era recta, de vez en cuando aparecía alguna leve curva y alguna que otra colina. Pero la mayor parte era recta, como queriendo expresar que aquello no tenía fin. Carretera perdiéndose en el horizonte, en el infinito, en montañas que por su inmensidad parecían cerca pero que en realidad estaban lejos, muy lejos de donde nos encontrábamos. Pero el clima era benigno y nuestro humor mejor. Paso a paso íbamos dejando atrás colinas y prados, carteles y todo tipo de nubes y nadie paraba. La verdad que los santacrucinos son una raza especial. Todos los autos que aparecían, los cuales eran pocos, nos hacían señas que no llegábamos a entender. Algo así como voy “pa lante” y nosotros pensábamos “¡si, “pa lante” nosotros también!”, pero no había manera de que nos recogieran. Auto tras auto, ninguno paraba, pero la esperanza no se perdía. Eran la una de la tarde y antes de que oscureciera seguro que alguna alma caritativa nos podría acercar unos km, por lo menos a alguna parte donde existiera algún tipo de vestigio de civilización. Pero parecía que no iba a ser tarea fácil.

Los km iban pasando, el tiempo parecía no existir, sólo carretera, cielo y montes. El silencio, cuando no hablábamos era tan profundo que casi dolía. Es raro escuchar el silencio. Sin darte cuenta te sumerges en estados muy profundos de comunión con el universo. Silencio es de donde venimos, silencio es muerte, silencio, silencio en todas partes, ni siquiera el viento quería romperlo. ¡Tao! A mi mente venían aquellos maestros que se perdían en los bosques y se fundían con él, escuchando el rumor de los ríos, el cantar de los pájaros o el fru-fru de las hojas de los árboles. ¡Tao! Pero eso era otro tipo de Tao. Aquí no había nada de todo aquello, sólo silencio, un doloroso silencio que lo impregnaba todo. Paso a paso, silencio, carretera, montes y otra vez silencio, más silencio y la inmensidad de la tierra patagónica ante nosotros. Describir eso es casi imposible. Es otro plano de existencia. Quizás si nosotros fuéramos beduinos no hubiera sido lo mismo. Pero para Theo, para mi, estar allí era traspasar cualquier plano de conciencia conocido. Todo parecía posible. En mi mente aparecían ovnis aterrizando frente a nosotros, apariciones de la virgen de Jesús, de Thor o Zeus, ya no sabía que creer, incluso había momentos en los que el cielo parecía estar peligrosamente cerca “sólo espero que no se nos caiga el cielo encima”, llegué a pensar.Silencio, carretera… y de repente, sin previo aviso, una cabecita aparece tras un monte. “¡Genaro! Un guanaco” gritaba Theo, “¡un guanaco, un guanaco!” y cada vez eran más. ¡Guanacos por todas partes! Sin saber qué hacer ante nuestra presencia. Nos miraban, me atrevería a decir que nos estudiaban, con sus ojitos y sus largos cuellos. El guananco no es precisamente un animal pequeño, diría que es un poco más grande que un ponny y había decenas de ellos. Si en cualquier momento decidían ponerse de acuerdo y embestirnos… bueno, quién sabe qué no habrían hecho con nosotros. Pero por suerte se ve que el guanaco no es de carácter violento y mucho menos “comunista” ante las incursiones ajenas. Por lo que se ve es un grupo unido pero aquí se salva quien pueda…

De la Virge de Luján se dicen muchas cosas. En Argentina es una Virgen poderosa y se le atribuyen innumerables curaciones y todo tipo de milagros. Como ya he dicho no creo demasiado en todo ello. La historia de la Virgen de Luján es curiosa. Se dice que era una virgen que estaba siendo transportada desde el norte al sur de argentina. La virgen se encontraba en un carro tirado por mulas con dirección al sur, no se exactamente a qué punto de la geografía argentina, pero al sur, eso seguro. La historia o la leyenda, como ustedes prefieran llamar a este hecho, dice que en un momento las mulas se pararon y no había forma humana de moverlas. Palazos, estacadas, piñas y todo tipo de crueldad que puedan imaginar, eran inflingidas a las mulas pero estas no se movían, parecían estar dispuestas a morir antes que dar un paso más. De modo que se decidió dejar a la virgen en ese sitio y a raíz de ello se construyó una basílica en el mismo lugar en el que se pararon las mulas. La virgen había encontrado su sitio. Luján, pueblo de la provincia de Buenos Aires y a no más de setenta km de la capital argentina, sería desde entonces el lugar en el que se encontraría a una de las vírgenes más importantes del país. Incluso los gendarmes parecen temerla o venerar sus poderes. Yo no creo en nada de esto pero siempre me ha gustado la magia de estas historias. ¿Cuál sería el motivo de que esas tercas mulas se pararan allí, justo allí y no en otro sitio? Quién sabe, supongo que es algo que nunca descubriremos. Pero lo importante es que se pararon y la virgen encontró su sitio y, de paso, su nombre ya no sería una virgen cualquiera, sino la de Luján. Andaba yo pensando en todo esto cuando comenzamos a hablar con mi hermano sobre qué habríamos hecho si los gendarmes no nos hubieran sacado la flor que llevábamos. Los dos llegamos a la conclusión de que probablemente, y con los paisajes que teníamos antes nuestros ojos, hubiéramos decidido fumar un poco de ese cigarrillo que ya estaba liado. Seguramente habría sido la peor idea posible, quién sabe qué tipo de insensatez podríamos haber llevado a cabo en ese estado. Y comenzamos a darnos cuenta que, otra vez, la Virgen nos estaba ayudando. Comenzamos a creer en el poder la Virgen, lo veíamos nítidamente: “la virgen ha hecho que los gendarmes nos libren de la flor”. Todo parecía tener sentido y nos sentíamos protegidos. Nadie nos llevaba, nadie paraba siquiera a ver como estábamos. Las horas iban pasando y la carretera no se terminaba, cualquier signo de civilización estaba a decenas de km de donde estábamos pero teníamos a la virgen y eso parecía ser mucho.

Cada x km decidíamos parar y descansar un poco nuestros ya maltrechos pies y hombros. Un sorbo de agua, unas galletitas y vuelta a la carretera. Las teorías sobre qué haríamos si nadie nos rescataba y nos acercaba a algún lugar habitado, iban sucediéndose. Encontrar un lugar resguardado del posible viento y de la lluvia parecía ser lo más urgente. Eran algo así como las cinco, el cielo comenzaba a oscurecerse y los autos de los amables santacrucinos pasaban a toda velocidad ante nuestro asombro. Nadie paraba y no podíamos dejar de pensar que, nosotros, en su lugar, por lo menos pararíamos para ver si todo esta bien. Aunque esto no dejan de ser suposiciones. Todos sabemos que lo más normal es no parar. “Que le jodan”, “malditos boludos en medio de la patagonia” parecían decir. De repente encontramos algo que, aunque nadie lo dijera, tocó algo en nuestro interior. El hallazgo se trataba del cráneo de un guanaco.Quizás un mal presagio de lo que la ruta cuarenta hace a los más débiles. Lo pusimos en medio de la carretera y le hicimos una foto. “Cráneo de guanaco en medio de la ruta cuarenta fotografiado por dos boludos que pueden llegar a correr el mismo destino”, así se podría titular la fotografía. Guanacos… pobres bichos. Más adelante, kilometros más adelante, encontramos un guanaco en descomposición que se había quedado atrapado por un alambre, apenas quedaban algo más que las patas, todo lo demás parecía haber sido devorado por un puma, quizás varios. Theo no creía lo mismo, o no quería creerlo. Yo creo que no había lugar a dudas. Había pumas, eso ya lo sabíamos. Pero parecían estar más cerca de lo que pensábamos en un principio.

Poco a poco nos fuimos marcando pequeños objetivos. Cada cartel de la ruta parecía ser una meta que alcanzar y el hecho de llegar a ellos nos reconfortaba. Era como si estuviéramos en el buen camino cada vez que llegábamos a uno de ellos, pero, como ya he dicho antes, no abundaban. De modo que entre cartel y cartel pasaban largos minutos, incluso horas. La idea de pasar la noche en medio de aquél pedazo de tierra poblada por guanacos y por pumas que no veíamos, iba cobrando cada vez más fuerza. Teníamos que abrigarnos bien y compartir el saco de dormir que tenía Theo. No había fuego, no teníamos mechero. Para mi la idea de tener un fuego con el que calentarnos y repeler posibles ataques de pumas era fundamental. Pero no había encendedor. La única solución parecía hacer un fuego como los primitivos, frotando un palo contra otro. Pero ninguno de los dos tenía esperanzas de que eso realmente fuera a funcionar. Nadie lo había hecho nunca y, bueno, una cosa es verlo por la tele y otra cosa hacerlo. En mitad de todas estas teorías de supervivencia básica encontramos un cartel que anunciaba un mirador a un km de distancia. Un km, “un km no es nada”, nos dijimos. “Quizás allí haya alguien parado”. Nuestros pasos se aceleraron ante la posibilidad que se nos presentaba. Llegamos como pudimos al mirador, con los pies, los hombros y, en mi caso, el culo alarmosamente “paspado”. Pero llegamos. Theo cojeaba cada vez más. Había comenzado a quejarse de su pie derecho al cabo de unas tres o cuatro horas de iniciar la caminata. Ahora llevábamos unas ocho horas andando. Pero llegamos al mirador, que era lo importante y ¡Aleluya! Allí encontramos a alguien. Se trataba de un camionero que estaba disfrutando de las hermosas vistas, pero sólo vernos comenzó a introducirse en la cabina e incluso llegó a arrancar el motor. Nosotros, desesperados, corrimos en su dirección. No quiero imaginar la postal que vio. Dos hombres maltratados por la ruta cuarenta, uno cojo, otro con las plantas de los pies inflamadas y el culo en carne viva. Dos zombies en medio de la ruta cuarenta, en medio de la Patagonia, a decenas de km de cualquier posible ayuda, rogando que no se fuera…

El tipo, en un acto de filantropía poco usual en estas carreteras, paró. Asombrado nos preguntó a donde íbamos le dijimos nuestro destino y él, asombrado, dijo que volvía para el Calafate, que venía del Chaltén pero que tenía que volver a Calafate. No importaba necesitábamos información de primera mano. ¿quedaba algo cerca? ¿tenía un mechero que prestarnos para poder hacer un fuego por la noche? La primera respuesta fue esperanzadora. Se suponía que en unos quince o veinte km había un puesto de seguridad vial llamado La Irene. Un pedazo de civilización en medio de la ruta cuarenta, donde, él creía nos dejarían dormir… vistas nuestras condiciones. La respuesta a la segunda pregunta fue un simple “lo siento, no fumo”. Dentro de lo que cabía eran buenas noticias. Eran algo así como las seis y media de la tarde. Ya era casi de noche, pero La Irene no quedaba a más de seis horas andando. Llegar, llegaríamos… Nadie se atrevía a predecir una hora.

Caminar a oscuras por en medio de la patagonia es, como mínimo, para valientes. Oscuridad absoluta por todas partes, los dos magullados espiritual y físicamente (todavía hoy, días después, me cuesta sentarme y no, no tiene la menor gracia…) pero teníamos nuevamente un objetivo: La Irene. Un pedazo de paraíso en medio de la ruta cuarenta. El cuerpo humano es una máquina altamente resistente, parece que sólo le hace falta una idea, un motivo y toda la maquinaria física está dispuesta a morir por conseguir esa meta. La realidad es que, por muy demacrado que te sientas, sigues hacia delante, por la meta, por un objetivo, por La Irene… Los autos seguían sin parar y, para terminar de redondear el panorama, comenzamos a escuchar lo que parecían ser los llantos de un cachorro felino. ¡Pumas! ¡Ya están aquí! Los dos nos quedábamos callados intentando descifrar si eran los llantos de un felino o cualquier otro objeto de la Patagonia que nos estaba jugando una mala pasada. Sin sacar nada en claro decidimos seguir la marcha. Esto ya no era más un viaje de placer. Todo se había convertido en una pequeña y salvaje pesadilla. Dos urbanitas, dos europeos, dos boludos perdidos en mitad de la nada en la Patagonia. De repente dejamos de hablar entre nosotros. Estábamos más preocupados de ver otro cartel que nos dijera que la Irene se encontraba más cerca. Necesitábamos saber cuanto quedaba. Pero no había manera, los carteles parecían haber desparecido. Yo miraba en todas direcciones, pero era inútil, no era posible ver a más de dos metros. La oscuridad era total y nos asaltaban toda clase ruidos desconocidos, ruidos indescifrables para nuestras mentes urbanas. Cada uno de los pasos que dábamos significaba incrementar el dolor. Los pies parecían estar gastandose contra el asfalto, Theo cojeaba cada vez más, los huesos de la planta del pie penetraban la carne y mi culo era un incendio. No había bombero que lo pudiera apagar… Los autos seguían sin parar, los dos ya comenzábamos a pensar que “estos santacrucinos de mierda son realmente mala gente”, yo imagino lo que podrían pensar ellos al vernos: “mirá estos dos gallegos en medio de la nada, a oscuras, rodeados de pumas… ¿a caso no se dieron cuenta de que ya no están en España, que lo más cerca que tienes es como la distancia entre Barcelona y Zaragoza?”, pero eso no parecía enternecerles el corazón. Pasados unos km yo decidí, sin consultarlo con Theo, que daba igual en qué sentido viniera el vehículo. Si se dirigía de nuevo a Calafate sería bien recibido. Ya daba igual llegar a la Irene. Todo mi cuerpo, nuestros cuerpos lo pedían. Éramos carne fresca para pumas, las magulladuras seguro eran percibidas a decenas de km y para más sorna en mi ipod sonaba “common people” (versión de Manel). Éramos gente normal en medio de la Patagonia, dos hermanos a punto de morir, volatilizarnos, fundirnos con el universo de la manera más drástica, natural y salvaje… Pero teníamos a la Virgen de Luján de nuestro lado.

En un acto de desesperación patético logramos parar un colectivo en dirección a el Calafate. El tipo nos miro y nos preguntó donde íbamos. Nos miramos y le dijimos que a La Irene, a lo que él, con cara de incrédulo pues eran las nueve de las noche, hacía frío, no teníamos comida y parecíamos salidos de un campo de concentración, contestó “¡nooooooo, pero la Irene está a cuarenta o cincuenta km!, yo acabo de pasar por allí hace unos veinte minutos…”. Lo miré y le dije “en ese caso, nos subimos al colectivo, te pagamos lo que haga falta…” Y fue entonces cuando le vi las alas, eso no era un hombre, era un ser divino enviado por la Virgen. “Si claro, suban, faltaría más” y, guiñando un ojo añadió “ya lo pagan en la terminal”. Subir a ese colectivo es una de las mayores alegrías que he experimentado. Sólo sentarnos nos dimos cuenta del nivel físico en el que nos encontrábamos. Derrotados por la Patagonia y su ruta cuarenta. Cincuenta km de insensatez que deshicimos en colectivo. Tardamos unos cuarenta o cincuenta minutos en deshacer lo que habíamos andado. Llegamos a Calafate y nos fuimos directos a la Fonda a comernos unos vacíos. Ya no éramos más presas. San Lorenzo jugaba contra Quilmes, Pepsi y carne ante nosotros y yo sentado con la cadera, disfrutando de cada bocado. Disfrutando de la luz, de los sonidos conocidos, de la tv y la compañía de extraños a mi alrededor. Todo estaba bien, en unos días volveríamos a asaltar el Chaltén pero esta vez en colectivo, a la urbanita y mi trasero disfrutando de la suavidad de un buen asiento. Creo que era Machado el que decía:

“Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar…”

Sólo puedo decir que estos han adquirido un nuevo significado. Machado nunca caminó por la ruta cuarenta…


LA TIERRA CUADRADA

Hoy me ha seguido un perro. Uno callejero, o creo que era del vecino, de esos labradores, esos tan monos que salen en los anuncios de papel de culo. Acababa de salir de casa cuando me he girado y lo he encontrado mirándome fijamente. Allí, sentado, mirándome. He comenzado a caminar y el perro me seguía. A veces por las mañanas, desde que no tengo trabajo, salgo a dar un paseo, a calentarme los huesos al sol. Dicen que el sol es un antidepresivo natural, por la vitamina D o qué se yo qué historia. Siempre me ha sorprendido la gente que sabe las propiedades que contienen todos los alimentos. “Come acelgas pues tienen más calcio que la leche; come perejil porque tiene rimoflovina; come zanahoria que tiene vitamina D; come esto, come lo otro…” ¿Cómo comerá esta clase de gente? ¿A caso escogen lo que comen por las propiedades que les va a transmitir ese alimento? ¿Qué mundo estamos creando?

Pasear por la mañana un día entre semana sin nadie que te moleste, sabiendo que la mayoría de la gente está trabajando, atareada, inmersa en sus problemas cotidianos, haciendo trámites, produciendo todo aquello que necesitamos, educando a las nuevas generaciones que pagarán nuestras pensiones (o quizás no), produce un vacío en mi interior. Cuanto tiempo malgastado. Meditando sobre esto, dándole vueltas a la cabeza, como suele decirse, he llegado a la playa. El perro seguías allí, detrás mío, mirándome. Me he sentado en un banco. La arena estaba seca, fina y fría. La luz era de una claridad dolorosa, el viento soplaba moderadamente y el mar estaba de azul mediterráneo, su verdadero color y no ese que adopta en verano, siempre he odiado ese color. Al sentarme el perro se ha sentado. He sacado el paquete de atados y me he puesto a fumar uno. Hacia tiempo que no fumaba, pero siempre llevo encima. Dicen que así es más fácil dejarlo. No creo que digan lo mismo cuando se trata de yonquis. Por lo menos no lo imagino. Me he fumado el cigarrillo tranquilamente, observando mi alrededor. A lo lejos se veía una mujer de unos cuarenta y tantos con un perro. Después de un rato me he dado cuenta de que nos miraba. A mi y al perro. Y poco a poco se ha ido acercando. Al llegar a nuestro lado se ha presentado, ha dicho que se llamaba Maria, quizás no era su verdadero nombre, y se ha sentado a nuestro lado después de acariciar al labrador. Su perro era un mil leches. Ha dicho que lo había encontrado medio muerto un veinticinco de diciembre, que había sido su regalo de navidad, que por eso se llamaba santa. Por Santa Claus. Yo le he preguntado por qué no lo llamó Nico, Nicolás. Me ha dicho que no sabía de que demonios estaba hablando. He pensado en explicárselo, pero he creído que no iba a servir de nada. Que ella iba a seguir llamándolo Santa, que todos iban a seguir llamándolo Santa de modo que me he quedado callado. Me ha preguntado por el nombre del perro. Le he contado que no lo sabía, que era callejero, o quizás del vecino. Pero que no lo sabía a ciencia cierta. Se ha reído. Quizás la postal en general le ha parecido absurda. Me ha parecido que iba a preguntarme algo pero se ha quedado callada. Después ha comenzado a lanzar piedras a su perro. El labrador no se movía de mi lado. Las piedras parecían no causarle nada. Me ha pedido si por casualidad tenía un cigarrillo, le he contado que siempre llevo un paquete encima y el por qué. Ha sonreído y ha dicho que para ella eso era una chorrada. El que tiene fuma. Es como el dinero, ha dicho, tanto tienes, tanto gastas. Le he dado la razón, pero le he dicho que yo lo hacía por si las moscas funcionaba. Hasta ahora no había sentido la necesidad de fumar y no había fumado por ello, no por llevar un paquete siempre encima, pero igualmente lo hacía. Ella se ha ofrecido a sacarme el peso de llevar el paquete siempre encima, que se lo regalara a ella, que así la próxima vez que quisiera fumar simplemente no podría. Le he comentado que no sabía si era una buena idea, que si lo hacía seguramente iría a comprar otro paquete pero he aceptado el reto, o como quieran llamarlo. De modo que le he dado el paquete. Ella ha sacado otro cigarro y se lo ha fumado delante mío y de los perros. Santa parecía tener sed. En las playas, durante el invierno, cortan el agua de las fuentes. Así que la única forma de beber agua es traérsela uno mismo. Hemos hablado de esto. De cómo todo parecía estar fijado, analizado, controlado. ¿por qué demonios no hay agua en invierno? ¿A caso es más importante la gente que va a la playa en verano que la gente que va en invierno? ¿A caso nosotros no somos personas? Después me ha contado que hacía poco que la habían echado del trabajo. Que había tenido una juventud difícil pues se había quedado embarazada a muy temprana edad y hasta los treinta y pico no había podido estudiar. Que estudió gracias a la herencia que cobró al morir su madre. Economía. Decidió estudiar economía pues, decía, que el mundo en el que vivíamos era pura economía. Sólo eso. Los primeros años había trabajado para una multinacional, una gran compañía de inversiones. Mucho dinero, mucho estrés y poco tiempo para disfrutar de su hija. Su pareja nunca había sido lo que se dice un compañero de viaje idóneo, pero se querían, que al fin y al cabo era lo importante para ella. Nunca he entendido esas personas que se casan o viven con personas a las que no quieren,pero que les proporcionan estabilidad. Como si la vida fuera estable. Le he dado la razón. Después, con la crisis y todo eso, dio un par de mal consejos en asuntos de bonos y la acabaron despidiendo. La vida. Yo le he dicho que seguramente sean muchos los que estén en su misma situación. Y ha sonreído otra vez. Sin duda así es, me ha dicho. Después se ha levantado, me ha preguntado si venía por aquí todos los días, a lo que he respondido que de vez en cuando y se ha marchado diciendo que tenía que arreglar un par de asuntos por la tarde en la ciudad pero que le había encantado charlar conmigo. Yo me he quedado con el labrador mirando al horizonte, pensando que quizás la tierra es cuadrada.


SANGRE

Matias se había cortado. No era un corte cualquiera. Desde la distancia se apreciaba que sería algo que le acompañaría durante el resto de su días. Sería una señal, un estigma de lo que había sucedido. El liquido corría libremente. Era una fuga, algo más que una simple gotera. El cuerpo tendría que emplearse a fondo para reparar tamaño estropicio. Yo lo veía y no era capaz de actuar. Su cara, sus ojos. Oro líquido corriendo sin freno. Vida que huía del cuerpo sin remedio inmediato. Plaquetas cayendo en la tierra, glóbulos aventurándose en un medio desconocido, hostil, casi trágico. Y sin embargo había cierta belleza en todo eso. Sangre. ¿Qué hay más valioso que eso? Elixir de vida. ¡Vida! ¡Vida! Aquello que nos permite tener todo. Sin ella no somos nada y Matías sin entender, buscando una explicación. Pero no la había. Yo me encontraba mirando todo lo que sucedía, paralizado por ser incapaz de ofrecer consuelo alguno, ayuda, quizás cierto amor. Un instante, un tiempo que no era tiempo tiempo sino algo eterno, algo que quedaría grabado el resto de mis días, algo que llevaría conmigo al inicio de todas las cosas. Y de pronto entendí todo lo que había sucedido a lo largo de la eternidad. ¡Sangre! Líquido divino que recorre nuestro cuerpo. Nunca pensamos en lo que sucede a lo largo de nuestro cuerpo, los viajes y aventuras que suceden sin darnos cuenta, sin darle importancia. Sin embargo, cuando se fuga de nuestro interior, todo lo otro queda en un segundo plano. ¿Cuanta sangre ha corrido desde el inicio de los tiempos? ¿Cuantas aventuras, descubrimientos, ideas, metáforas, sonrisas y lamentos ha propiciado? ¿Cuanta sangre ha sido vertida en vano? ¿Cuanta seguirá desperdiciándose en los tiempo futuros? Matias lo sabía. Comprendía que todo es finito, que no somos más que un débil y leve espejismo, una sombra de existencia. En ese momento Matías sabía que no éramos nada, que la vida se nos escapa, que en realidad no somos más que un viaje del que no somos conscientes, que somos muy ignorantes y tenemos mucho que aprender. Y corrí y le agarré la herida, la presioné en un acto instintivo, animal y sabio. Y le dolía. Y no quería llorar, no quería mostrarse débil, humano, fugaz. Se empecinaba en creerse que era algo más pero poco a poco lo fue comprendiendo. Sangre y nada más.