Archivo mensual: julio 2013

¿QUIERES SER MI NOVIA?

Tom estaba sentado mirándola mientras jugueteaba con los hielos en su boca. Una y otra vez pasaba por su mente la imagen de Laura, su primera chica, aquella con la que descubrió qué se sentía al juntar los labios con otro ser humano, aquella con la que se agarraba de la mano durante toda la tarde y significaba más que cualquier alianza, aquella con la que se sonreía cada vez que se encontraban. ¿Dónde había quedado esa clase de amor? Ese amor era puro, amor de principiantes. Ese amor tierno, bondadoso, que no implicaba maldad o temor, amor de niño. ¿Dónde había quedado ese amor juvenil en el que todo era sencillo y no se escondía nada? Tom recordaba cómo uno podía ser novio o novia de alguien sin siquiera tocarse. El sexo, o cualquier variante del mismo, no era importante. Lo valioso era saber que le gustabas a alguien, que eras importante para aquella persona a la cual, creías querer o querías o, bueno, en realidad no sabías que demonios era lo que sentías pero lo que estaba claro era que esa persona, tu novia, era alguien especial. No era una más. Era TU NOVIA y cualquier cosa que le sucediese te sucedía a ti. Por entonces no pasaban grandes tragedias, no solían existir muertes, ni había facturas que pagar, ni existían jefes a los que uno desea arrancar la cabeza. Quizás alguna vez te hacían estar de pie más de lo que deseabas por decir algo inapropiado en clase, o justo te ibas de vacaciones cuando tu amor de verano, esa niña o niño con el que creciste viéndote durante las vacaciones, llegaba al pueblo o, no sé, te castigaban tus padres, cosas por el estilo. Pero tu novia siempre estaba allí para reírse de lo que sucedía o poner el hombro si se requería, o acariciar tu pelo y mirar las estrellas entre sollozos. El mundo se alzaba ante los dos como un conjunto de metáforas que apenas comenzaban a descubrir. El dinero no compraba cosas; el sexo no daba placer, ni poder, ni frustraciones; las tardes eran infinitas, eternas, y los veranos toda una vida. Y ella era tu novia y te mirabas al espejo y lo decías en voz alta pues no terminabas de creerlo, no porque no fuera posible, sino porque era algo nuevo, desconocido, mágico. Tu novia era tu mayor tesoro hasta el momento, tu conquista más preciada, tu orgullo. Otro yo con sus singularidades y secretos, con otra piel, con otros ojos y cicatrices, con otras manos y dedos pero con un mismo amor. Amor de niños, amor juvenil pensó Tom ¿Dónde había quedado todo eso? Con esos recuerdos bailando en su cabeza, se levantó, dejó su copa en la barra, caminó directamente hacía ella, sin vacilar, con Laura en el recuerdo y, como aquella primera vez bajo el porche le dijo ¿Quieres ser mi novia? Ella lo miró de arriba a abajo, le dio un sorbo a su copa y sonrió como recordando algo.


LA VITROCERÁMICA DE JACK

Estirado en la cama de la habitación contigua a la de Jack,  la idea de terminar con su vida había perdido cualquier signo de tragedia. Quería a Jack. Era un tipo algo alocado, que tenía serios problemas mentales, pero era creativo y alegre cuando estaba bien. Y, desde que nos habíamos conocido, nuestra relación era amistosa, productiva y sencilla. Una sana relación de amistad y carcajadas. Pero no podía dejar de pensar en el el hecho de que, si terminara con su vida, no pasaría nada. En mi, dentro de mis ser, estaba tal posibilidad. Que lo hiciera o no. Bueno, que lo hiciera o no era otra cosa. Pero se podía hacer. Podía matara a Jack. Me levantaría tranquilamente, lo observaría un instante dormir y después le arrancaría las tripas con ese cuchillo de cortar carne que había visto mientras intentábamos encender el porro con la vitrocerámica de la cocina.

Eran las seis de la mañana cuando Jack me ofreció ir a dormir a su apartamento. “Mejor que te vengas a casa y no tomes el auto, no vale la pena morir por una gilipollez. Los que mueren en accidentes de coches son todos unos gilipollas. Bueno, hay que reconocer que existe gente con muy mala suerte…”, esas fueran las palabras de Jack. De modo que fuimos a su apartamento situado a unas seis paradas en metro desde donde estábamos. El viaje fue un tostón. Cuando se sale de fiesta las vueltas deberían estar prohibidas, son deprimentes y le dan ganas de volarse la tapa de los sesos a uno. Ya saben, uno piensa en todo lo que ha hecho en la noche, sus estados emocionales, etc, etc y, a no ser que haya sido una gran noche, uno tiende a pensar que hubiera sido mejor no salir. Después existen esas maravillosas vueltas a casa en las que uno no sabe ni cómo llega y en las que el viaje del punto A al B, se hace armoniosamente, como si fuera una prolongación de la fantástica juerga y, probablemente, sea una de esas noches en las que la juerga se alargará y el viaje de vuelta a casa, que será una auténtica mierda, se producirá al día siguiente o… bueno ya me entienden.

La cuestión es que llegamos a su casa. Durante el camino no hablamos demasiado. Los dos estábamos cansados, derrotados y con ganas de coger la cama. Nos subimos al ascensor y en menos de dos minutos estábamos sentado en el sofá de su salón mirando la tele. Aburrido, comencé a ver que había en los bolsillo de mis pantalones. Siempre que salgo de “parranda” aparezco con decenas de objetos, tarjetas, encendedores, cigarrillos rotos, canutillos, etc, etc. en el interior de mis pantalones. En esta ocasión encontré una china de hachís. La saqué y se la mostré a Jack el cual abrió los ojos y esbozó una diabólica sonrisa al tiempo que decía “¡nos irá bien para dormir!”. De modo que armé el canutillo y cuando me disponía a encenderlo nos dimos cuenta de que no teníamos encendedor. En toda la casa no había nada con lo que poder producir fuego, una llama que nos permitiera disfrutar del peta. Abrimos y rebuscamos por todos los cajones, detrás de los sillones, debajo de la cama, en las estanterías. Pero nada, no había manera, no existía el más mínimo vestigio de un artefacto con el que producir aquello que hacía millones de años producía el ser humano. El ser humano moderno, Dios lo salve.  Jack dijo que había escuchado algún amigo suyo contar cómo había logrado encender un cigarrillo con la vitrocerámica de la cocina. El concepto era posible. Yo nunca he tenido vitrocerámica, pero Jack estaba convencido por lo que fuimos a la cocina y estuvimos una media hora intentándolo. No hubo manera. Lo más que conseguimos fue un leve humo que nacía del comienzo del join. Nada más… y la cara de Jack iba decayendo y su cansancio aumentando y al final decidió irse a estirar a su cama pues “estoy hecho polvo y mañana debo ir a trabajar; tengo que enseñarle un piso a una pareja de alemanes que quieren hacer un doctorado en literatura eslava…”. Así que Jack se fue a dormir sin olvidarse de enseñarme mi habitación. Yo pensé que eso era todo un lujo, normalmente, en este tipo de situaciones, uno duerme en el sofá, o en el suelo con algún cojín del sofá si hay más personas. Yo le sonreí y el se fue a dormir.

La cama era confortable, un buen colchón. Lo único que se podía objetar era la fina sábana que había y, contando que la calefacción no funcionaba, el frío comenzó a penetrar en mi cuerpo. Llámenme burgués pero nunca he podido dormir con frío, me resulta imposible. Supongo que fue así como comencé a darle vueltas al coco. Pensé en la noche, en lo divertido que era Jack, en la confianza que teníamos a pesar del poco tiempo que nos conocíamos. Pero el frío venía una y otra vez a mi mente y no me dejaba caer en ese estado de pre sueño, donde el cuerpo se siente cansado y lentamente, poco a poco, la mente comienza a dejar de pensar. Nada de eso estaba ocurriendo, el frío, el puto frío; frío en mis pies, frío en mis manos, frío en mis huevos y en mi pito. Frío en todas partes.

Me levanté y me fui directo a la cocina a intentar encender de una vez el maldito join. Prendí la vitro, la más grande, la que más calor debía, pensaba yo, desprender. Puse el join contra la vitro y mi cara a escasos cinco centímetros de la misma absorbiendo todo su calor y energía al tiempo que yo chupaba de aquella boquilla como la puta más desesperada de las Ramblas. No sé cuanto tiempo estuve allí, chamuscándome la cara, los dedos, el pelo, pero les puedo asegurar que fue un buen rato. Nunca subestimen el valor de un ser humano ebrio. La cuestión es que mientras estaba en esa posición, alternando subir la cabeza, con dejar el join encima de la vitro continuamente veía el cuchillo de carnicero más reluciente que había visto en mi vida. Un cuchillo afilado, limpio, en el que una mujer se podía maquillar de lo reluciente que estaba y con un mango que te permitía manejarlo a tu antojo. Un mango hecho para acometer su función, un mango destinado a una mano grande, asesina, que pudiera imprimirle la fuerza necesaria para desgarrar la piel, la carne y los tendones que encontrara en su camino. Una belleza. Pero el join no se encendía. Desmoralizado decidí estirarme de nuevo. Quizás el hecho de que mi cara fuera casi una brasa me permitiría dormir y olvidarme del frío.

Me estiré, hice algún que otro ejercicio de relajación que había aprendido en talleres de teatro cuando era un adolescente. Pensé en ella, me toqué, pero me pareció demasiado ¿Y si Jack se despertaba y me encontraba meneándomela? Y comencé a pensar en el cuchillo. El cuchillo y Jack, Jack y el cuchillo. Matarlo… podría matar a Jack. Clavarle esa belleza en el pecho y recorrer su torso de arriba a abajo. Nadie podría detenerme. Jack estaba durmiendo, su puerta era corredera por lo que no podía cerrarla y el cuchillo me esperaba en la cocina. Me levanté trastornado y me fui a la cocina. Volví a intentar encender el join sin quitarle la vista al cuchillo y pensando que lo único que me detenía era la cultura, la ética, quizás el hecho de que era Jack y no cualquier otro ser humano; si lo hacía nunca volvería a disfrutar de su compañía y eso me entristecería. Pero sin dud podía hacerlo, la decisión estaba en mis manos. Supongo que era lo último que esperaba Jack cuando me ofreció la posibilidad de descansar en su casa.

Después de una media hora, debatiéndome con mis impulsos terminé encendiendo el porro. Una alegría embargo todo mi cuerpo. Tenía que contárselo a Jack. Aunque estaba durmiendo, quizás se enojaba. Cogí el cuchillo y disfruté victorioso unas caladas del cigarro mientras clavaba levemente la punta del cuchillo en mi mano y la hacía rodar como si se tratase de una pelota de básket. Me guardé el cuchillo detrás de la camiseta caminé por el salón, miré por la ventana y, de repente, escuché a Jack removerse en su cuarto. Abrí la puerta y él sonrió “¡lo has conseguido!”. Tenía razón… Lo había conseguido.


LA ÚLTIMA GRAN OBRA DE ARTE

Bailando sobre el barro, chapoteando y ensuciándose entera, agitando su cabeza, saltando… Laura estaba entrando en un estado que hizo parar el tiempo a su alrededor. Su baile, la energía que desprendía, había trascendido la mera danza convirtiéndose en un acto rebelde. Todos los que estuvimos allí lo sentimos. Laura se estaba revelando. Los motivos se encontraban guardados en una caja de oro dentro de su pecho. Recuerdo cómo nos quedamos sentados observándola, mirando y disfrutando cada uno de sus movimientos, dejándonos llevar por la poesía de tan poderosa imagen, mientras el DJ pinchaba la mejor sesión del Festival, quizás la mejor nunca oída. No fuimos muchos los que la vimos. Laura, una rubia delgada que era más bien poquita cosa, con el pelo a lo Kurt Cobain y ojos negros chapoteando en el barro, al ritmo de un tecno enfurecido. Ojala todas las sesiones fueran como esa: sinceras, animales, directas al corazón del bit ayudándote a soltar toda la mierda que llevas dentro a través de ese ritmo enfurecido. Como Laura con su baile, como Laura con su pequeña revolución. Recuerdo a ciertos personajes moviéndose a su alrededor dentro de una distancia más que prudencial; recuerdo a drogados, serenos, a críticos musicales, a borrachos; recuerdo a coolhunters tirarse de los pelos, a secretas, a hipsters… Todos percibían que aquello era algo especial; una obra de arte en movimiento, una obra viva que se extinguía en cada uno de los segundos que sucedían, una epifanía manifestada. La gente preguntaba quién era, de quién se trataba. Si era alguna famosilla local del underground barcelonés; quizás una musa del tecno. Nadie imaginaba que era una simple cajera del Ersoski. Pero Laura de simple no tenía nada. Era un ángel libre, una emoción condensada, atrapada, moldeada en carne. Y Laura seguía bailando sin complejos, olvidándose de los demás, centrándose en aquello que nos estaba regalando y que nadie quería ver terminar.

La vida debería componerse de más momentos como ese. Momentos sublimes, mágicos, verdaderos; momentos que te despiertan con una gran bofetada y te hacen pensar: ¿hasta cuando malgastaremos nuestro tiempo? Los asistentes a esta maravilla andante, nos mirábamos y sonreíamos. Lágrimas de dicha, de alegría y amor invadían nuestras mejillas mientras Laura seguía chapoteando en el barro con ese baile enfurecido que participaba de fuerzas apenas comprensible, pero que intuíamos poderosas, valientes, decisivas. Todos los que estábamos allí lo sabíamos. Laura podría estar creando la mejor obra de arte de nuestro joven siglo. Sus brazos subían y bajaban violentamente al ritmo del bombo, su caderas caían y se retorcían, sus pies iban dibujando figuras alrededor de su silueta. Laura estaba expresando el sentimiento de una generación. Esa imagen era <<el mandalo todo a la mierda>>; era el <<yo soy una persona de buen corazón>>, <<era el qué sentido tiene tanta individualidad, tanto ego por doquier>>; <<era el no entiendo por qué existen reglas tan crueles en el universo; el por qué perderé a mis amigos tarde o temprano y ya no podré compartir más mi vida con ellos>> Todo ello era demasiado como para no rebelarse y Laura hacía tiempo que ya no daba más. La vida, la vida nos sobrepasa, nos lleva por callejones que apenas somos capaces de alumbrar con ciertos sentidos o explicaciones. Estamos muy perdidos y Laura y nosotros y el DJ y los hipsters y el filósofo lo estábamos comenzando a entender, por lo que nos quedamos una hora mirándola y deseando que eso mismo pudiera ser el cielo. Tecno enfurecido con emociones de verdadera poesía, de hermandad y amor fraterno. Esto podía ser el cielo o el infierno, todo dependía de nosotros, sólo había que ponerle algo de amor.

Después Laura caería al suelo agotada, embadurnada de barro por todas partes y pedía no perdernos; pedía ser la primera en desaparecer pues no aguantaría una vida sin nosotros. Para ella lo éramos todo. Entre lágrimas y sonrisas, jadeos, ojos negros profundos y geométricos me confesó que estaba harta de la vida, que ella no estaba hecha para esto; que no volvería al hipermercado y que si tenía que morir de hambre lo haría, pero que había entendido que era una ser libre y no iba a jugar el juego que algunos diablillos habían creado. Y se le iluminó la cara y sus pupilas me atravesaron el alma y se calló y todos sabíamos que se había terminado pero Laura siempre quedaría en nuestros corazones. Laura sería la primera y última gran obra de nuestra generación. Un mito, una nueva estrella, un rayo de luz en nuestra vida.


PONELE ONDA

La noche había sido larga y Tom estaba sin dormir. Las imágenes de todo lo ocurrido le venían a la cabeza. Se arremolinaba en la cama, pero no había manera, el sueño no terminaba de llegar. Se levantó consciente de lo que conllevaba dejar el confortable colchón. Se dio una ducha para ver si esos pensamientos autodestructivos huían de su cabeza y se sentó con el torso desnudo en la mesa de la cocina. No había explicación lógica para que Tom se sintiera tan vacío y, sin embargo, deseaba que todo terminara de una vez por todas. Encendió un pitillo, pensó en todas las personas amadas y decidió ir a comprar unas cervezas. Quizás el alcohol pudiera mitigar un poco todas esas sensaciones que correteaban por su cuerpo. Se quitó la toalla se miró en el espejo y, después de un breve instante en el que se analizó de arriba abajo, comenzó a vestirse lentamente. Agarró los calzoncillos, los miró, se los puso y seguidamente se calzo las ojotas. Se volvió a mirar en el espejo y se dijo a si mismo que así no podía salir a la calle. El hecho de que el kiosko estuviera a escaso cincuenta metros de la puerta de su casa no era escusa para ir en pelotas por la calle. Menos si tenemos en cuenta que era invierno. Un domingo aburrido de invierno y Tom con resaca y ganas de decir basta. De modo que se vistió con un pulover y un chandal y cerró la puerta de su casa sin dar vuelta a la llave mientras su perro lo miraba con las misma cara bondadosa de siempre. A Tom no le produjo nada. Al salir a la calle la luminosidad existente le molestó a la vez que se sorprendió de l color que teñía la realidad. Pensó que parecía un sueño. Quizás estuviera durmiendo y todo no fuera más que una maldita pesadilla. Agarró otro cigarro, lo encendió y caminó dirección al kiosko. Al girar la primera esquina percibió que alguien ya esperaba su turno para comprar. Y después cayó en que era ella. No recordaba su nombre, pero la había visto varías veces en el pub del pueblo. Una chica menuda, morena, de ojos que no alcanzaba a catalogar de qué color eran y, al acercarse, pensó que de día era incluso más bella.

  • ¿Cómo va?- dijo Tom sin demasiadas ganas-.

  • Bien…

  • ¿Qué haces despierta tan temprano?

  • Nunca me fui a dormir, después del trabajo me quedé tomando unos mates y aquí estoy.

  • ¿No has dormido?

  • No -reiteró con una sonrisa de complicidad en su rostro-.

  • Ya somos dos.

  • ¿Que tal tu abuela?

  • Bien… ¿No tienes frío?

  • Si, la verdad es que hace un poco de fresca.

Tom sonrió y ella también. Había cierta candidez en el ambiente mientras el tipo del mostrador despachaba a un cliente.

  • ¿Donde vives? -preguntó Tom-.

  • En ese portal -y la chica señaló dos portales más allá-. Mi patio da al tuyo, creo que mi gato visita tu parcela de vez en cuando.

  • !Ah¡ ¿El blanco?

  • Si… Kitty.

  • Tu gato siempre se queda mirando a mi perro desde el tejado, parece mofarse de él…

  • Si, así es. Kitty tiene un ego muy grande…

  • Si, supongo que tienes razón. ¿Cómo fue ayer en el bar?

  • Bien, vino a tocar una banda. ¿Tu saliste?

  • Si…

Hubo un extraño silencio.

  • Y ¿qué tal? -preguntó ella refiriéndose a la vida en general-.

  • Bien, bueno, en realidad no tengo un buen día, ya sabes…
  • Si… – y la chica pareció comprender todo-. Ponele onda… – y lo miró tiernamente, como imaginando lo que estaba pasando-.

El vendedor terminó de atender al cliente que había delante de ellos. Tom hizo un gesto como cediéndole el turno a la chica y la chica gesticuló como queriendo decir que no, que le tocaba a él. Tom no terminaba de entender.

  • Te presento a mi novio, Adrián

  • Encantado de conocerte Adrián -dijo Tom-.

  • Lo mismo digo -y los tres se miraron entre ellos- ¿Qué va a ser?

  • Una caja de cerveza

  • ¿Cerveza para desayunar? -preguntó ella-.

Tom no dijo nada, sólo le miró fijamente a los ojos. Después Adrián llegó con el paquete,  Tom agarró las cervezas, las pagó, le dio un beso a la chica y se fue por donde había venido.


TANIA… Y MELU

La noche había terminado, no había vuelta atrás, estábamos fuera y por mucho que lo intentáramos jamás volveríamos a entrar. Vetado, cerrado, reservado el derecho de admisión. Cosa rara, primero nos habían admitido y ahora nos echaban. Mejor dicho, nos habían invitado a salir pacíficamente con la amenaza implícita de violencia desmedida sino acatábamos la decisión.

Tania estaba en el suelo, ebria, transpirada por el ajetreo del baile y con un humor de mil demonios. Sus shorts y su camiseta de tirantes que ocultaba sensualmente el contorno de sus caderas, resaltaban hermosamente contra su piel morena y contra las perlas de sudor que recorrían todo su cuerpo. Yo estaba igual, todo había surtido efecto. Quizás debido a ello nos echaron. Supongo que en Mallorca, a finales de Septiembre -cuando las hordas de hooligans han vuelto a poblar Oxford Street, Liverpool Sreet o Camden, embutidos en sus trajes de mil euros dejando un remanso de paz que durara hasta el siguiente verano- no es muy normal ver a un grupo de exaltados bailando la basura que pinchaba el “de jota” Pero el problema no fue ese. Tania, una morenita dulce, de melosa voz y energía volcánica, se había enfadado con Melu. Los «jagger bombs» habían surtido efecto, mucho efecto… después existieron dedos azucarados que prometían nuevas aventuras. Pero Tania la tenía con Melu. Yo no entendía nada. De repente, sin apenas conocer a las dos mujeres, me había visto envuelto en todo ese embrollo. Jack, el californiano, no había querido saber nada de todo esto. Él prefirió quedarse con su guitarra y la compañía de Toto y Lua, los perros de la finca en la que parábamos, a luz de las estrellas y los trigales.

Melu, con cierto rintintín y un aire de una victoria que apenas llegaba a entender, nos sonreía a través de los cristales que nos separaban de ella. Melu bailando, rodeada de desconocidos, mareada por los jaggers y las luces que daban vuelta a su cabeza, mientras, fuera en la calle, Tania no paraba de putearla mientras pateba todo lo que encontraba. <<¡Por es perra! ¡No se da cuenta!¡Esa perra va a joderle la vida!>> Y me miraba con sus enormes, desorbitados y hermosamente negros ojos. <<¿Tu me entiendes?>> Yo no sabía que responder, pero continuamente, -su actitud, la actitud de Tania, esa furia incontrolable y alocada, esa vitalidad y ganas de batalla-  me recordaba a Brian. Brian era igual. A veces no tenía razón y terminaba con todo. La verdad es que Brian muchas veces me tocaba las pelotas, pero era mi amigo, mi hermano, esa persona a la que le soportas todo y por la que te partirás la cara si hace falta. Supongo que algo así era lo que sucedía entre Tania y Melu. Tania argüía que lo único que hacía era preocuparse por ella, algo que no se me ocurriría negar nunca, se podía ver en su cara. Pero ver que Melu no le hacía caso. Saber que ella seguiría <<con esa yonkie que le podía joder la vida>> le hacía hervir la sangre. Quizás por eso la había cogido del pelo y la había empujado contra una mesa llena de bebidas alcohólicas que cayeron al suelo y se rompieron y alteraron la relativa paz del local. Eso era amor fraternal. Amor de amiga en una noche de septiembre en medio de no se que pueblo de Mallorca. A lo lejos se podía ver la luna darse una baño nocturno en el Mediterráneo y la brisa mecer las hojas de las palmeras del paseo marítimo. Al otro lado, Tania y yo sentados fumando un cigarrillo delirando sobre el significado de la amistad, sobre si hay veces que lo mejor es dejar que cada uno cometa sus errores. La cuestión era el temor que desprendían los ojos de Tania. Tania tenía miedo de perderla, de que  Melu hiciera una locura y se metiera en los mundos de su amante. De modo que apagó el cigarrilo, miró al frente, se puso de pie y se encaminó hacía la puerta con sus botas de cuero y paso firme. Dentro, tras el cristal, tras los seguratas y un mar de dudas, la esperaba Melu inconsciente, ebria, con una sonrisa y sin sospechar lo que se le venía encima…


EL BOTÓN DE PÁNICO

Joder! Marc tiene la culpa de todo. Si no hubiera sido por él nunca estaría ahora mismo en esta cama. Marc… Si, él debe tener la culpa. Lo peor es que ahora ya no puedo volver atrás. La vida debería tener un botón de pánico, un botón que pudieras presionar y dar marcha atrás a las tremendas cagadas que llegamos a cometer. Algunos dirán que de esta forma no se aprendería. Puede ser, bueno, en ese caso… En ese caso que fuera un botón que sólo pudieras apretar una vez. Dos, a lo sumo. Pero no me digan que no sería de enorme utilidad. El botón de la emergencia, ese botón sagrado que nos bendeciría con una segunda oportunidad, eso tan raro en nuestros días. Con este botón no habría tantos juicios, ni crímenes pasionales, ni se mandaría ese mensaje de texto o de facebook a las seis de la mañana por el cual pasas vergüenza el resto de tu vida. Un simple botón lo arreglaría todo. ¿Qué clase de ser inventó este universo? ¿A caso le faltó un día? Algo así como: <<Y EN EL OCTAVO DÍA, DIOS INVENTÓ EL BOTÓN QUE ARREGLA TODO>>. ¿Están conmigo o no? Vamos, por favor. Ese tipo es Dios, no es cualquier capullo que hace una maqueta, o tiene una pecera en la que recrea “su propio universo” y puede sentirse todopoderoso. Hablo de Dios. ¿No creen que algo así se le podría haber ocurrido? Se me ocurre a mi, uno de los capullos más grandes que ha parido madre alguna. Pero a Dios no. En fin…

La cosa es que no se cómo voy a poder mirarla a la cara nunca más. Soy un mentiroso; la peor clase de mentiroso que pueda existir. Soy esa clase de persona que, al mentir, le sale un tic extraño, como por ejemplo, tocarse el lóbulo de la oreja; o el típico al que le han dicho que el mentiroso no puede mirar a los ojos de la otra persona y, teniendo eso en cuenta, no para de mirar fijamente a los ojos. Total, un desastre. Lo peor de todo es que soy incapaz de mentirle a ella. Ella lo es todo para mi. Cuando digo todo, es todo. Pero Marc me tenía que meter todo eso en la cabeza. Eso de que somos jóvenes, que ella siempre va a estar a mi lado, que me quiere y que no fuera tonto, que la rubia que me estaba mirando fijamente desde hacia cinco minutos no iba a volver a pasar. Supongo que lo que hizo que actuara de esa forma fue la realidad a la que apeló Marc, <<tío, aceptalo, no eres un tipo guapo, ni mucho menos elegante; tampoco rebosas seguridad, ni eres un intelectual que pueda divagar a cerca de, por ejemplo, el papel de la mujer dentro de la literatura beatnik y, bueno, no es que te sobre el dinero. Ahora respondeme a una cosa: ¿cuándo crees que se te va a presentar otra oportunidad igual? Nunca. Esa mujer, no se como decirlo, pero, por alguna extraña razón -probablemente una razón tan retorcida que necesitará varias sesiones de terapia para saber a qué se debió esa atracción insana, casi demente, por ti- te desea. Por lo tanto, hazme el favor. Haz el favor a toda nuestra especie de don nadies con ínfimas oportunidades de «levantarnos» esta clase de mujer y, ¡por dios!, acuéstate con ella. Se su juguetito por un día.>> Marc puede ser muy convincente cuando quiere.

De modo que me acosté con ella y ahora estoy aquí, en la cama, mientras ella ronca a mi lado, pensando qué cara voy a ponerle a Laura cuando me pregunte cómo fue la fiesta de cumpleaños de Raúl. Además, mientras los estábamos haciendo, me di cuenta de que tampoco era tan bella, más bien tenía esa clase de belleza ordinaria, común, casi desagradable. No podía darle el más mínimo beso pues la cena, que había consistido en un carpaccio de buey, le había despertado cierta acidez a parte de una incipiente alitosis… Ya pueden imaginar. Tenía un amigo que decía que prefería follarse a una chica fea con buen aliento a follarse un “pibón” al que le oliera el aliento a mierda. En esos momentos no podía sacarme de la cabeza su cara. Toni, se llamaba Toni. ¡Maldito Toni! Está bien, no voy a decir que me estaban torturando pero me encontraba en esa situación en la que uno se siente agradecido de que lo hayan elegido para una noche de sexo, pero que tampoco quiere seguir con la faena. Se puede decir que no estaba centrado en el asunto, ni mucho menos centrado en perforarla y dejarme llevar en una danza de lujuria. Asco y placer; asco por mi valor moral, placer por tener lo que Marc me había convencido que él desearía. Me veía desde afuera, como si fuera un documental de animales. ¿Se han parado alguna vez lo que realmente es el sexo? Un ser metiéndose en otro repetidamente, jadeando, gritando y sudando. Si te explicaran esto de pequeño, en esa eterna pregunta que los padres nunca quieren afrontar, nada de esto pasaría. Y bueno, si, al final me corrí y sólo correrme me dí cuenta de lo que podría pasar, de que podría perder a Laura y a Laura yo la quiero, la amo, la adoro, es mi próxima bocanada de aire. Por ello me cago en este dios imperfecto. Si, ya no lo escribo más con mayúscula, no entiendo a que viene tanta reverencia y respeto… Al fin y al cabo ¡no inventó el botón! Solo espero encontrar la combinación exacta de mirarle a los ojos y a otra parte, como quien no quiere la cosa… Quizás ni si quiera se da cuenta. Pero que coño estoy diciendo… Laura siempre se da cuenta.


EL HACHA DE RASKOLNIKOV

Mi nombre es Toni, Antonio Rodriguez. Toni para todo aquellos a los que quiero. No se porque estoy escribiendo estas palabras. Si todo esta bien, si tienes ganas, si no tienes sueño o crees que este texto no va a ser “uno más” de los escritos que vas a encontrar en tu vida, vas a seguir leyendo hasta que te canses. Yo no soy nadie especial. No soy alguien al que vayas a poder admirar. A lo largo de mi vida no he hecho nada excepcional. La verdad es que yo no pedí nacer y, bueno, desde que me encuentro en este mundo hago todo lo que puedo por existir de la mejor manera posible. ¿Qué quiere decir eso? Para mi, eso quiere decir intentar estar en paz con lo que me rodea. Solo puedo decir que he nacido en una época bastante extraña. Ahora, el ser humano, parece que va a conseguir muchas cosas. Dios lo ayude. Lean bien estas palabras, DIOS LO AYUDE (que es lo mismo que decir que <<Dios nos ayude>>), pero, ya saben, esto es literatura. Por muy pobre que sean las palabras que yo diga, seguirá siendo literatura. Quien sabe los textos que se han perdido y que nuca podremos llegar a conocer. El que quiera entenderlo lo entenderá. ASÍ SE HA QUERIDO.

¿Qué quiero decir con todo esto? No sé, tampoco es que lo tenga demasiado claro. Pero supongo que se podría traducir que esta en manos del destino, del universo, de Aquél que mueve los hilos. Siempre he pensado en los textos nunca vistos, las conjunciones de letras, con sus frases destruidas por sus propios creadores, los manuscritos olvidados con el correr del tiempo. Para mi, a su manera, han hecho que el universo sea como es. No quiero creer. Me niego a que esa voz que el escritor escucha en su cabeza no sea escuchada más que por él mismo, sería tan triste.

Como decía, yo soy Toni. Nunca fui ejemplo de nada. Es más, muchos podrían argumentar todo lo contrario. No he cambiado el mundo, no he creado ninguna gran revolución pero tampoco nunca fui nadie que fuera por el mundo jodiendo al prójimo. Nada de eso. Vine al mundo y, como ya he dicho, hace tiempo que vengo existiendo de la mejor manera posible. Acéptenlo, ustedes, como yo, formamos parte de esa porción de la humanidad de la que, Dostoievski, en “Crimern y castigo”, creía necesarios para que la historia siguiera su curso. Lo acepto, me niego a creer del todo en ello, pero recuerdo que al leerlo me dije a mi mismo que tenia cierta lógica. El razonamiento de Rodión Raskolnikov nunca fue demasiado claro. Sin embargo, podía percibir que había algo de verdad en todo ello. Los grandes hombres no podrían existir sin una masa de humanidad, una carne o materia descartable, que los engendre. Los peones nunca serán dignos de escribir la historia. ¿Pero que seria sin ellos? La verdad es que no puedo imaginar a todos lo grandes humanos de la historia reunidos en una sala. Imaginemos por un instante a todos los seres humanos que han hecho que lleguemos a la realidad en la que nos hallamos hoy en día. ¿Quién sería el valiente, por decir algo, que mandaría a Bakunin, o a Schopenhauer, o a Beauvoir?

Acéptenlo, ninguna de la batalllas que sufrimos cada día tiene sentido, no luchamos por algo concreto, luchamos porque hay algo dentro nuestro que nos lo pide; la historia del sentido es algo secundario. Si los soldados rusos o alemanes hubieran luchado por un sentido nadie hubiera muerto en esa gloriosa batalla. Todos luchaban por algo que desconocían y, ESO, no era precisamente, un sentido a su vida. Nada más alejado. Esos hombres, esos seres humanos, participes de la batalla más excelsa que nunca ha existido, peleaban por ganarse su vida. Por merecer la existencia que Dios les otorgó. Ahora pregúntense si alguna vez han sentido algo parecido. Ganarse el derecho a vivir… Bfff, bobadas definitivamente escribir no es lo mío. Toni se va a dormir, mañana tiene que batallar con su jefe que no entiende que la maldita fotocopiadora hace una semana que no funciona y que, por ello, no puedo entregar el memorándum que necesita desde hace una semana porque “los de arriba” le están hinchando las bolas. Ese es el mundo que hemos creado, una máquina de picar carne de personajillos de segunda. Humanos de segunda trabajando para humanos de tercera que se hacen ricos. Si Raskolnikov levantara cabeza saldría con su hacha y nos haría un favor a todos. Bona nit.

P.D: AQUÍ SEGUIMOS!!!!…


MIÉRCOLES DE CARNAVAL

No eramos más de ocho personas y Alejandro yacía en el ataúd, en una especie de altar que había en el interior de la morgue. Ninguno de los dos se atrevió a subir y mirarle al rostro. Nos quedamos sentados en los bancos junto a Sofía, la madre de Carlos, que había sido la que nos avisó de la triste noticia. Alejandro se había ido, ya no estaría más con nosotros. Había dejado tras él una ex mujer quebrada por su perdida y su viva imagen plasmada en el rostro de su hija. Recuerdo como escuchamos uno a uno los asistentes que fueron subiendo al atril que estaba situado frente al ataúd. Sus palabras sonaban vacías, sin sentido. Lo único que tenía sentido de todo lo que estaba ocurriendo en esa diminuta sala situada a las afueras del pueblo, era la entereza que demostraba su hija. La hija de Alejandro estaba pasando el peor momento de su vida, pero no lloraba. Estaba rota, abierta en canal emocionalmente hablando y con el estómago cerrado, pero no lloraba. Miraba a cada uno de los que subieron al atril y agradecía con los ojos. A su lado, su madre, era un mar de lágrimas. Pensé en lo raro que era ver a una ex mujer llorando de esa forma. Alejandro había sido un desastre. Había dejado que sus múltiples adicciones terminaran con lo único sagrado de su vida. Y, sin embargo, en ese momento, en ese miércoles de carnaval por la mañana ¿a quién de los que estábamos allí le importaba el desastre que había sido? Ya no estaba, eso era lo único que importaba. Los errores cometidos a lo largo de su vida ya no contaban. Era Alejandro, una expresión casi única, una concreción irreemplazable dentro de nuestro pequeño universo. Ya no estaba, ya se había ido y nos había dejado a nosotros los asuntos de este mundo. Ya no lo vería nunca más en la terraza del Rock’s apestando a alcohol, con su cara roja y su barba de una semana. Y ya no me pediría que hiciéramos una copa pues hacía mucho tiempo que no me veía; y yo ya no podría rechazarlo por mis miedos a terminar como él, diciendo que tenia cosas que hacer, que no podía, que me esperaba Maria en casa y todo eso. Tampoco escucharía más esa risa que hacía temblar toda sala en la que estuviera, ni recordaría con él sus años mozos, esos años en los que grababa vídeos caseros con su mujer, o en los que había perdido un pedazo de antebrazo en la mili. Las partidas de ajedrez a altas horas de la mañana estando los dos ebrios y dibujando las últimas lineas que teníamos eran ya una quimera. Y, bueno, ya no me podría decir que cuidara a Maria, que ella me quería, que no fuera imbécil, que el amor de una mujer como ella valía mucho. Ya no. Después de hablar los que tuvieron ganas de hablar, o la entereza para hacerlo, se levantó Dani de mi lado. Recuerdo las ganas que tenía de decir algo, de dejar mi impronta en esa pequeña, triste y humilde ceremonia, pero fue Dani el que se levantó, subió al atril y dijo que Alejandro había sido la persona que le enseñó a jugar al billar de “verdad”. El billar “de verdad” fue lo único que hizo sonreír a la ex mujer de Alejandro. Esa tontería nos dio un instante de él, un chispazo que lo trajo de nuevo y que compartió con todos nosotros. Después Dani dijo algo así como que siempre tenía una sonrisa y que, de alguna forma, Alejandro siempre te alegraba el día. No importaba la basura que hubieras experimentado a lo largo de tu jornada. Cuando llegabas al bar y lo veías sabías que ese era tu momento. Así era Alejandro. Pero todavía faltaba algo. Después de hablar Dani existió un momento en el que se preguntó a los asistentes si alguien más quería decir algo. Silencio. Nadie miraba a nadie, que es lo contrario que suele ocurrir en estos casos, todos callados, mirando el ataúd, protegidos por la inerte madera. Fue entonces cuando la ex suegra de Alejandro intentó levantarse. La mujer tendría unos setenta y muchos y a penas podía caminar. Pero durante unos interminables diez segundos ella hizo todo lo posible por ponerse en pie. No lo consiguió, no pudo decir nada, de su boca no salieron más que jadeos de un esfuerzo sincero y fracasado, pero todos lo entendimos. Segundos después salimos y el cura dijo que quien quisiera podía ir al entierro propiamente dicho, que lo enterrarían en unos diez minutos. Sofía, la madre de Carlos, nos dijo que lo enterrarían en un lugar provisional y que después lo meterían en una fosa común pues la familia no tenía suficiente dinero para enterrarlo allí. Todo ello me revolvió un poco el estómago. La resaca estaba atacando de nuevo. Decidimos salir de allí lo antes posible e ir a tomar unas pintas. En el parking nos encontramos a Manu, que como siempre llegaba tarde, con el coche de la novia que teoricamente había dejado porque era una yonkie. Me miró, me abrazo y dijo <<LA VIDA>>. Pues eso, la vida… Hasta pronto…