¿QUIERES SER MI NOVIA?

Tom estaba sentado mirándola mientras jugueteaba con los hielos en su boca. Una y otra vez pasaba por su mente la imagen de Laura, su primera chica, aquella con la que descubrió qué se sentía al juntar los labios con otro ser humano, aquella con la que se agarraba de la mano durante toda la tarde y significaba más que cualquier alianza, aquella con la que se sonreía cada vez que se encontraban. ¿Dónde había quedado esa clase de amor? Ese amor era puro, amor de principiantes. Ese amor tierno, bondadoso, que no implicaba maldad o temor, amor de niño. ¿Dónde había quedado ese amor juvenil en el que todo era sencillo y no se escondía nada? Tom recordaba cómo uno podía ser novio o novia de alguien sin siquiera tocarse. El sexo, o cualquier variante del mismo, no era importante. Lo valioso era saber que le gustabas a alguien, que eras importante para aquella persona a la cual, creías querer o querías o, bueno, en realidad no sabías que demonios era lo que sentías pero lo que estaba claro era que esa persona, tu novia, era alguien especial. No era una más. Era TU NOVIA y cualquier cosa que le sucediese te sucedía a ti. Por entonces no pasaban grandes tragedias, no solían existir muertes, ni había facturas que pagar, ni existían jefes a los que uno desea arrancar la cabeza. Quizás alguna vez te hacían estar de pie más de lo que deseabas por decir algo inapropiado en clase, o justo te ibas de vacaciones cuando tu amor de verano, esa niña o niño con el que creciste viéndote durante las vacaciones, llegaba al pueblo o, no sé, te castigaban tus padres, cosas por el estilo. Pero tu novia siempre estaba allí para reírse de lo que sucedía o poner el hombro si se requería, o acariciar tu pelo y mirar las estrellas entre sollozos. El mundo se alzaba ante los dos como un conjunto de metáforas que apenas comenzaban a descubrir. El dinero no compraba cosas; el sexo no daba placer, ni poder, ni frustraciones; las tardes eran infinitas, eternas, y los veranos toda una vida. Y ella era tu novia y te mirabas al espejo y lo decías en voz alta pues no terminabas de creerlo, no porque no fuera posible, sino porque era algo nuevo, desconocido, mágico. Tu novia era tu mayor tesoro hasta el momento, tu conquista más preciada, tu orgullo. Otro yo con sus singularidades y secretos, con otra piel, con otros ojos y cicatrices, con otras manos y dedos pero con un mismo amor. Amor de niños, amor juvenil pensó Tom ¿Dónde había quedado todo eso? Con esos recuerdos bailando en su cabeza, se levantó, dejó su copa en la barra, caminó directamente hacía ella, sin vacilar, con Laura en el recuerdo y, como aquella primera vez bajo el porche le dijo ¿Quieres ser mi novia? Ella lo miró de arriba a abajo, le dio un sorbo a su copa y sonrió como recordando algo.


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